miércoles, 23 de diciembre de 2009

La Dama de la Torre: Capítulo 2



En el inicio vimos delinearse la figura de Lady Chevesley, habitante en tiempos oscuros y perdidos de la Torre maldita. Una primera pincelada gótica, apenas una iluminación parda. Después, el capítulo uno nos recibió con un asesinato: cruel y macabro, un cuchillo atravesaba a sangre fría al afamado lógico Gregorio Klimosvky a metros de la plaza de Almagro. Nuestro narrador y el Comisario Inspector Díaz Cornejo interrogaron a un grupo de alumnos que se apiñaban para ver el cadáver de su profesor. En busca de la verdad, vimos a estos dos nobles personajes sumergirse en el oscuro interior de la Sociedad Argentina de Lógica, SOLOG.
Hasta allí nos llevó esta atrapante historia de misterio, ¿qué más nos deparará? Hoy, la segunda entrega de La Dama de la Torre.

CAPITULO 2

Era un caserón enorme. Los policías ya habían estado allí; todas las luces estaban encendidas. Se ajustaba perfectamente a cierto gusto arquitectónico pasado de moda ; una pared de vitral separaba el patio del hall central. Durante muchos años los techos fueron avanzando sobre los patios: ocuparon primero una parte del patio colonial, luego esa misma parte fue cerrada por medio de una pared de vidrios, alrededor de la cual se desarrollaban las habitaciones. SOLOG no había escapado a la regla. Sin embargo, era un lugar plausible, lo cual es decir bastante.

Sobre una de las paredes, una cartelera de corcho anunciaba cursos, conferencias y seminarios: la prueba fáctica en Hegel, el empirismo en Russell, la lógica polivalente en Whitehead. Husserl y la prueba ontológica. Lógica poscartesiana. Lógica y sociedad. Los nombres de los lógicos se alineaban prolijamente debajo de los seminarios a dictar, como si fueran alumnos.

Las habitaciones se habían transformado en aulas y comunicaban todas entre sí. En el centro del hall, un escritorio, más que apoyado sobre el piso, parecía suspendido entre las paredes y el vitral. Sobre él, un teléfono negro, sutilmente, brillaba. En el patio, una hilera de columnas delgadas y probablemente innecesarias, confería volumen al conjunto. Las paredes estaban pintadas de rosa pálido. Al fondo, un baño y una cocina rebosaban simplicidad. Una caja de fósforos, depositada junto a las hornallas, insinuaba desprecio por la tecnología. Los fósforos estaban húmedos, inservibles.

-Mire esto- dijo el Comisario Inspector desde el patio.

La pared medianera estaba separada en tres partes claramente demarcadas por gruesos trazos verticales de pintura blanca. Los paneles de los costados carecían de importancia, pero en la parte central casi fosforecía un fresco monumental. Era una pintura tétrica y desgarbada: figuras humanas que se apretujaban inconexamente junto a una fosa común. Pero casi todo el cuadro estaba ocupado por el mar, un mar que producía desconfianza y que golpeaba sin concesiones un altísimo promontorio coronado por una fortaleza de piedra.Contra el fondo abstracto se recortaba con sus casi doce pisos de altura, la Torre. Desde una flota primitiva un grupo de lógicos, con pesadas armaduras, intentaba escalar mediante sogas, la roca impenetrable. En otro lugar, epistemólogos inflexibles acechaban. Se trataba de una guerra muy particular y muy antigua, que nunca había terminado de resolverse, porque era una guerra sin bandos donde todos eran enemigos, pero que respondía a una invisible organización. Era un torrente gótico que asustaba: ¿qué hacía allí en SOLOG, un lugar iluminado por la luz de la razón?

-Madre mía- dijo el Comisario Inspector- qué extravagancia. La verdad es que da miedo. Nunca esperé tanto de los lógicos.

Yo tampoco, en verdad, y propuse registrar la biblioteca. ¿Dónde puede encontrarse algún indicio en la casa de los lógicos?

-  Esta bien -  dijo el Comisario Inspector  -. Registremos la biblioteca.Tiene sus antecedentes literarios, aunque resulta pretencioso. Lo único malo es que debe ser por completo interminable.

Sin embargo, no era así. La biblioteca estaba instalada en un cuarto al fondo que muy probablemente en otras pocas había sido usado como cuarto de servicio. Dos armarios cerrados con llave contenían los libros. Cuando abrimos las puertas, las pilas encimadas se desparramaron por el suelo. Alcé al azar los Principia de Russell. Afanosamente recorrí las páginas buscando alguna hoja marchita, alguna flor de papel, guardada por lógicos del pasado, pero no. No había nada. La filosofía flotaba sobre el maderámen del piso como un líquido que ningún trapo húmedo podría erradicar. La Lógica del Descubrimiento de Popper se abrazaba con la Ideología Alemana de Marx, gruesos volúmenes de Schlick competían con Nagel y Hempel. Lógicos de dudoso origen se amontonaban sobre el piso como cosas viejas. La Crítica de la Razón Pura, en una edición in quarto, ofrecía un aspecto miserable y los textos de Filosofía habían perdido casi toda su solemnidad, nada de aura quedaba en ellos, nada de esa pretensión de un conocimiento perfecto, o aún semiabsoluto. El empirismo lógico ocupaba un lugar apreciable, sobre el que se acumulaban carpetas con refutaciones de la escuela de Frankfurt.
El segundo armario estaba ocupado por una solitaria pila de best sellers que nos produjeron una sorpresa notable. ¿Agregaban átomos de vida, de acción, en ese frío transcurrir de la Filosofía? El Pecado sin Final, El Collar sin Sentido, La Fuerza de las Cosas, Rehenes en la Catedral. Detectives atrevidos atravesaban aquellas páginas en castellano, en inglés, en francés, e incluso algunas en un idioma nórdico que no reconocí. Eotvos Sierkmaas, rezaba, ininteligible, una tapa donde una mujer muy bella se precipitaba en una fosa marítima.

-  Mire - dije de pronto - qué curioso: The Lady in the Tower, La Dama de la Torre, la novela que estoy traduciendo. ¿No es una casualidad?

-  Por supuesto que no  - dijo el Comisario Inspector. -  Todas estas novelas se parecen entre sí. ¿Qué tiene de raro que aparezca una de ellas en un lugar cualquiera?

-  Este no es un lugar cualquiera. No veo que puede hacer La Dama de la Torre entre estos libros de Filosofía.

-  Yo tampoco. Pero no creo que ganemos demasiado tratando de averiguarlo. Y en cuanto a los best sellers, cierto que ahora usted se dedica a ese tipo de traducciones. Me había olvidado. Debe ser un trabajo espantoso.

-  Más o menos. Con treinta páginas por día me alcanza para vivir, y además, como en esas novelas ni el argumento ni los detalles tienen la más mínima importancia, si uno se equivoca y mezcla el vampiro del más allá con la condesa desesperada, nadie se va a dar cuenta.
-   Salvo el vampiro y la condesa. Pero tampoco nadie se daría cuenta si usted introduce una página de la Lógica Simbólica de Nagel en la Tradición Empírica de Hempel. Estamos ante la vanidad de todo. Aunque si quiere que le diga la verdad, pienso que aquí perdemos el tiempo. De estos libros no vamos a sacar nada en limpio, aunque solo sea porque ni siquiera están de acuerdo los unos con los otros. En cambio los best sellers forman una unidad monstruosa, pero tan redundante que tampoco significa nada. Este es un lugar vacío de ideas y de sentido. ¡Y ese panel! Me quiere decir qué significa ese panel?

Volvimos al patio a mirarlo, pero no sacamos ninguna conclusión. Salvo que, pese a la pesada estática del conjunto, el tiempo transcurría ahí adentro, eso era totalmente evidente. ¿Y afuera? No, afuera parecía no transcurrir. Toda la decoración, por su misma austeridad, casi colindante con la nada, tendía a lo intemporal. Cuando empezó a sonar el teléfono sobre el escritorio del hall, puso en marcha un mecanismo de sonido que hasta ahora había permanecido oculto. Los ecos rebotaban por todas partes en las paredes, salvo en el panel, que los absorbía. De la energía acústica parecía vivir.

El Comisario Inspector se apresuró a atender. Pude verlo farfullar abyectamente en el tubo, y desgranarse en adioses que más bien parecían súplicas.

-  El Jefe de Policía -  dijo cuando colgó -  Exige la inmediata resolución del caso, argumentando que es imprescindible que la muerte de un lógico sea esclarecida al instante. Y cuando se pone así, es muy peligroso, ya que se trata de una persona increíblemente autoritaria y arbitraria hasta lo vejatorio.

-  ¿Y usted lo soporta?

-  No. Por supuesto que no lo soporto, pero qué quiere. Uno está condenado a ser atropellado por sus superiores, y, lo que es peor, esto termina por producirnos placer. El Jefe de Policía es un ser por completo infantil, en cuerpo y alma. Además, es redondo.

No entendí lo que quería decir esto último. El teléfono sonó nuevamente. El Comisario Inspector atendió con resignación, y volvió a deshacerse en adulaciones.
-  ¿Otra vez?

-  Otra vez. Me sigue a donde vaya, vigila mi trabajo y es capaz de controlarme llamando hasta a los teléfonos públicos. Cada uno tiene su cruz.

-  Yo tengo mis novelitas que traducir.

-  Es una cruz más liviana. Debo admitir que lo envidio. Cada vez que el Jefe de Policía tiene suficiente público, cuenta una anécdota sobre su carrera policial, con lo cual todo se vuelve más insoportable de lo que es.

-  ¿Y por qué se interesa tanto en este asunto? Se deben cometer miles de asesinatos por día en la ciudad.

-  No se si miles. Pero rara vez, o mejor, nunca, de lógicos.
-   Tampoco hay tantos lógicos.
-  Cierto. Pero en este caso, la situación es critica. El Jefe de Policía , además de todo, se considera un filósofo, y la lógica, por lo tanto, le toca muy de cerca. Lo único que me faltaba, con el problema que tengo entre manos.

-  ¿Qué problema?

-  ¿No le parece mejor que vayamos a un café? Este lugar ya se está enrareciendo. Demasiados espectros de la filosofía. Además, si nos quedamos cinco minutos más, el Jefe de Policía va a llamar de nuevo.

Y en efecto, mientras salíamos, el teléfono volvió a sonar. Nos apresuramos y cruzamos la puerta de SOLOG, hacia la libertad de afuera, esperando no tener que volver nunca más.

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1 comentarios:

Carlos dijo...

Pienso que tu novela, salpicada de comentarios y opiniones imperdibles, se beneficiaría del poder de síntesis que exhibís en tus artículos "directamente" científicos.