jueves, 18 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 14

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Nada productivo salió del encuentro con el embajador de Inglaterra. Más perdidos que nunca, vimos a nuestro querido narrador y el Comisario Inspector Díaz Cornejo enredados entre un grupo de sindicalistas funerarios que nada pudieron hacer contra la lógica irreductible del misterioso embajador de Inglaterra. Es evidente, algo raro sucede en la ciudad. El asesinato de los lógicos, la desaparición de las electrodisipadoras y la sombría red de anticuarios están íntimamente relacionados. O tal vez no.

CAPITULO 14


Sin embargo, la reunión se disolvió enseguida, cediendo al encanto de la falta de autoridad visible. Salimos por lugares diferentes. Cuando nos encontramos en la vereda, me invadió un sentimiento de desazón.

-Me parece que sé quién es el importante personaje que le envió un mensaje urgente- dije

El Comisario Inspector me interrogó con la mirada, mientras observaba a los sindicalistas, agrupados como al descuido cerca del cordón de la vereda, y a Sir Anthony Parsons que apoyado en la verja de la embajada, parecía dormitar contra las afiladas puntas. Del lado de adentro de la verja, el busto de Su Majestad Portátil tirado entre unos arbustos, también parecía dormir. Desde una casilla blindada situada en una de las esquinas del edificio, dos guardias nos vigilaban, con armas automáticas.

- Y quién es?

- Ni más ni menos que el Anticuario Mayor.

El Comisario Inspector me miró con incredulidad -¿Cómo lo supo?

-Lo leí en los labios.

-No le conocía esas habilidades, pero me veo obligado a recordarle que el lenguaje de los labios, como todo otro lenguaje, es necesariamente ambiguo.


Había estallado una tormenta que ocupaba completamente el cielo, desde Pompeya hasta el extremo norte de la ciudad. Encima nuestro, las nubes pesadísimas se movían como manadas. Los edificios, recortados contra ellas parecían maquetas. Era un escenario grandioso, sin huesos, puro tejido nervioso, de colores. Sólo grandes músculos tendidos entre el asfalto y el cielo, que se contraían primero y luego estallaban en pirotecnias de poder. Todo se había vuelto oscuro de repente. Relámpagos zigzagueantes aparecían y desaparecían en forma instantánea sobre el fondo convencional, abriéndose paso trabajosamente en ese espesor en sombras. Primero el relámpago, luego el trueno, un solo fenómeno separándose en luz y sonido. Y las nubes ! Primero se juntaban, integrando una masa compacta que más que ocupar, parecía colgar del cielo. Y enseguida se abrían para dejar paso a un rayo. Se escindían, se separaban, como lo práctico de lo teórico, como lo definido de lo ambiguo, como lo bueno de lo maléfico, como lo biológico de la materia inerte! Era un espectáculo totalmente improvisado, un enorme escenario donde se enfrentaban a ciegas los factores de poder, como un inmenso decorado que no hubiera encontrado aún su dramaturgia, pero que ensaya descargando toda su utilería.Y sin embargo,era circunstancial. Engendraba sentimientos movedizos pasajeros y fáciles, sin huella.

-Tal vez ese sea todo el significado de la tormenta -dijo el Comisario Inspector-. Un gran despliegue atemorizador, pero contingente.

La lluvia empezó a caer como una cortina tupida. Desde el portón de la embajada veíamos sólo un continuo, una marea húmeda y concreta tendida de árbol a árbol, de edificio en edificio, que transformaba los postes de luz en enormes paraguas impotentes y cerrados. Y no obstante, perfectos.

Un entierro de lujo cruzó delante nuestro: en el primer coche, tres cadáveres se apilaban en estrafalarias posiciones. Estaban colocados de tal manera que se señalaban unos a otros. De las bocas abiertas caían hilos de agua de lluvia evocando palabras a medio pronunciar, como si se hubieran muerto en medio de una frase. El conjunto era patético. Desnudos, parecían más muertos, desprotegidos ante la tormenta, flaquísimos, consumidos, y demasiado jóvenes. Los seguían tres coches más, herméticamente cerrados para defenderse del agua. A las ventanillas rayadas por los trayectos de la lluvia se asomaban rostros como máscaras, haciendo ademanes de saludo.

En el último coche viajaban tres mujeres jóvenes y solas, vestidas de colores vivos, que hacían obscenos gestos, llamándonos. El traficante de ataúdes, que no se había despertado ni siquiera con la lluvia, fue el primero que respondió. Acompañado por tres obreros se puso a trotar al lado del coche, salpicando y saltando los charcos.El auto abrió sus puertas durante una fracción de segundo, lo suficiente para que Sir Antony Parsons y los sindicalistas entraran. Luego siguió su moroso camino detrás del cortejo, que parecía no tener ninguna urgencia.

Y entonces, tan repentinamente como había empezado, la lluvia cesó. La tormenta, sin embargo, seguía, como una festividad de truenos y luces que continúa después de que los comensales se han retirado. Parecía muy solitaria así. Salimos de nuestro refugio y caminamos a lo largo de los charcos de agua que se escurrían rápidamente : las bocas de tormenta los tragaban, ávidas, para llevarlas a donde pudieran reiniciar el ciclo natural y establecer una parodia de la recurrencia. El Comisario Inspector abrió la puerta de su auto, que ante el brusco cambio de la situación, había dejado de ser un refugio.

- Y ahora a dónde vamos? -pregunté
-Quiero darme una vuelta por el velorio de la última lógica asesinada. Parafraseando el lenguaje de la derecha ultramontana, quienquiera que sea el asesino, me parece que cometió un grave error al meterse con mujeres. Las mujeres y la lógica constituyen una mezcla rara.

-Por suerte- dije -parafrasea usted muy bien

-Es una postura reaccionaria, lo admito.Pero ser reaccionario esta poniéndose de moda el auto se movía con agilidad por la calle resbaladiza.

- Supongo que el velorio es en SOLOG.

-Por supuesto.Dónde iba a ser? Le confieso que tengo una curiosidad enorme por ver como prepararon el lugar.

Arriba nuestro, la tormenta seguía. Ocupaba aún la mitad de la ciudad, pero estaba en retirada. Se desplazaba gradualmente hacia el río. Algo de eso me disgustaba. Hubiera querido saber que estaba haciendo en esos momentos la Dama de la Torre, la acosada Lady Chevesley, en su chalet art décó de la Provenza.Habría cedido finalmente a los requerimientos de Guillaume de la Tour ?

1 comentarios:

peregrinopurpura dijo...

Asi que el Comisario Inspector estaba por acá... ¿Y Kuhn?
Bueno, te invito a mi nuevo blog de microficciones. Es este:

http://cuentosdelperegrinopurpura.blogspot.com/

Abrazo!