jueves, 29 de abril de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 20

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Enamorado de la lógica joven, nuestro narrador se desentiende de la criminalidad que ronda la ciudad, la muerte que no da respiro, los ataúdes que faltan para el ritual occidental, y disfruta del amor que da y le es dado. La Dama de la Torre asiste a un banquete demencial, por un lado el ingenio de los comensales, por el otro, el grotesco banquete. La acción parece detenerese, flotar, marchar en velocidad crucero... hacia algún lugar. 

 
CAPITULO 20

En el salón de pasos perdidos del Departamento de Policía han colocado una mesa inmensa que mirada desde la puerta parece un altar. A su alrededor ya han tomado sus lugares quienes componen el coro estable de este asunto. De izquierda a derecha se ubican el embajador inglés, el Director del Departamento de Matemáticas, el Presidente de la Cámara de Fabricantes de Ataúdes y Simón de Indias, el Decano de Anticuarios.

lunes, 26 de abril de 2010

César Milstein y Tiburcio Padilla

Tiburcio Padilla. Recordemos este nombre de importancia en la historia de la ciencia argentina, de incidencia en la marcha de la medicina en general y el conocimiento de la naturaleza y el hombre. Tiburcio Padilla. Tiburcio Padilla. Tiburcio Padilla.

En el año 1963, en medio del fragor militar que derrocó a Arturo Frondizi, José María Guido, presidente provisional del Senado, asumió de apuro la presidencia de la República. La jura de los nuevos ministros se produjo de inmediato, y un tal Tiburcio Padilla se hizo cargo del Ministerio de Salud Pública.

Una de sus primeras decisiones fue intervenir el Instituto Malbrán, relevando del cargo a su director, Ignacio Pirosky, y nombrando en su lugar a un señor apellidado De la Barrera, que asumió en calidad de interventor interino y se tomó muy en serio las implicancias de su apellido.

A saber: de un plumazo borró a cuatro integrantes de la División de Biología Molecular del Malbrán, sin consultar a su jefe. Y resulta que el jefe de la División de Biología Molecular del Malbrán se llamaba César Milstein.

En el momento de las cesantías se estaba en la etapa crucial de un programa de estudios genéticos de enzimas y proteínas, todos muy avanzados para el contexto de entonces, incluso a nivel mundial, en una época en que la genética no tenía ni el volumen ni la importancia que tiene hoy: era 1963, y hacía escasamente diez años que Watson y Crick habían desentrañado la estructura de la doble hélice de ADN. La medida del interventor constituyó una ofensa para Milstein, que esgrimió la autoridad ganada durante sus estudios en Cambridge. Pero De la Barrera tenía plenos poderes para lo que mejor le pareciera, y ni siquiera por simple cortesía dio explicaciones a nadie. De la Barrera. También es bueno recordar ese nombre.

El ánimo personal y profesional de todo el staff, como puede suponerse, no era el mejor. La Asociación de Médicos Profesionales (AMP), que por entonces se formó al solo efecto de combatir tales decisiones, comenzó a hacer pública una posición dura frente a los despidos. También mantuvo reuniones con científicos reconocidos, como Leloir (que no había obtenido aún su Premio Nobel), y se entrevistó con el propio ministro, Su Excelencia Tiburcio Padilla, intentando torcer las decisiones, y al no obtener respuestas decidió enviar cartas a los diarios dando cuenta de la situación que se estaba viviendo en el Malbrán.

Según contó más tarde Celia, la esposa de Milstein: "Alguien se la tenía jurada al director de nuestro instituto. La situación se hizo insostenible. Recuerdo que formamos una especie de sindicato para defender al director y eso molestó al gobierno. Pedimos el apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y nos dijeron: 'Ustedes quédense tranquilos, contra ustedes no tenemos nada, es sólo contra el director'. Pero era mentira. Despidieron al presidente y al secretario de esa especie de sindicato que habíamos formado".
La atmósfera que reinaba en el Malbrán se completaba con la sensación generalizada de que allí se estaba desarrollando una campaña aviesa de persecución antisemita. Por esos tiempos también se llegó a escuchar en los propios despachos oficiales que la biología molecular y la genética de microorganismos eran cosas extrañas emparentadas con el esoterismo, posición visionaria si las hay.

El asunto es que los cesanteados fueron once, a los que hubo que sumar otros trece profesionales que presentaron sus renuncias en forma solidaria, entre ellos César Milstein y su esposa Celia Prilleintensky. Veinte años más tarde, Pirosky recordaba que en una reunión celebrada en el Instituto se había pedido que los no cesanteados permanecieran en sus cargos. Pero Milstein estaba harto de las gestiones, las estratagemas, la espera de respuestas que nunca llegaban, de las reuniones, de las cartas a los diarios... Escribió su renuncia, y listo.

Aunque con matices diferentes, muchos otros científicos argentinos habían ya tenido sus Tiburcios Padillas y sus De la Barreras. Luis Federico Leloir debió emigrar del país en 1943, luego de la disolución del Instituto de Fisiología dependiente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Algo parecido le pasó a Bernardo Houssay, que después del golpe del '43 estampó su firma en una carta colectiva mediante la cual se solicitaba el respeto irrestricto al espíritu de la Constitución Nacional de 1853 y enseguida fue alejado de los claustros universitarios.

Poco antes de haber redactado su renuncia, Milstein había enviado una carta a su colega y ex padrino en Cambridge, Frederick Sanger, en la que le decía que "estaba disponible". Cambridge reaccionó enseguida, y César y Celia hicieron las valijas, partieron hacia Gran Bretaña y en 1964 Milstein estaba nuevamente en el Medical Research Council de Cambridge, consiguiendo los primeros resultados en el camino de los anticuerpos monoclonales. Dos décadas después, el 15 de octubre de 1984, la Academia Sueca anunciaba que había sido laureado con el Premio Nobel de Medicina.

Cuando Tiburcio Padilla murió, en sus exequias dijo de él Osvaldo Fustinoni, decano de la Facultad de Medicina: "Larga sería la enumeración de los actos de esta vida consagrada al bien público, a la pasión de enseñar, a la elevación moral de sus conciudadanos y al servicio de la Patria. Fue un sabio, fue un hombre bueno, fue un gran hombre". Mucho más se dijo de Milstein, cuando murió en 2002.

Del mismo modo que en la Ilíada los dioses griegos luchaban sobre las cabezas de los guerreros, sobre las nuestras, César Milstein y Tiburcio Padilla libran su batalla interminable.

¿Quién ganará, al final?

viernes, 23 de abril de 2010

Club del chiste

Bueno, no todos los chistes le causan gracia a todos. Por eso, sin pudor, recuerden que pueden enviarnos sus chistes de ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com

La profesora le pregunta a uno de sus alumnos: "A ver, Jaimito, decime el principio de Arquímides"
Jaimito piensa un segundo y le contesta: "Con todo gusto, señorita, el principio de Arquímides es AR"

miércoles, 21 de abril de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 19


Enamorado de la lógica joven, nuestro narrador se desentiende de la criminalidad que ronda la ciudad, la muerte que no da respiro, los ataúdes que faltan para el ritual occidental, y disfruta del amor que da y le es dado. La Dama de la Torre asiste a un banquete demencial, por un lado el ingenio de los comensales, por el otro, el grotesco banquete. La acción parece detenerese, flotar, marchar en velocidad crucero... hacia algún lugar.


CAPITULO 19

La lógica joven se me escurre de los dedos, camina por la casa a pequeños y cómicos saltos, cubierta apenas por una toalla que, sin embargo, aferra con frenesí, como si esto fuera una película, y ella debiera ocultarse a los ojos ávidos y exigentes del público. Parece la versión de algo decididamente realista que se desplaza por mi departamento despertando sombras, derramando libros que caen de los estantes con la contundencia de teoremas. Lámparas vacilantes por la falta de uso iluminan su marcha, que no es azarosa sino esférica, puesto que se aleja y vuelve, como si temiera abandonar el círculo mágico de mi protección. Adopta diferentes poses : de pronto se yergue como una estatua, poniendo todos los músculos en tensión, y otras veces parece una gimnasta nórdica, distribuyendo por sus tendones y líneas de fuerza una calma no exenta de poder. O se tuerce en forma oriental, sugiriendo la inmortalidad, la permanencia. Y en todos los casos, agita los brazos como aspas.

Yo, en cambio, estoy desnudo, cubierto apenas por la yedra fresquísima de las sábanas, deslizando mis omóplatos rígidos en un sinuoso movimiento de vaivén, permitiendo que mis ojos se desplacen, como en los momentos de sueño profundo, en forma rápida y circular, captando el ritmo musical de la lógica joven, que he traído directamente desde el cementerio a casa.

Una muchachita neurótica y fina, a la que amo con locura, encrespada por el peligro que corren todos aquellos que optaron por semejante profesión.

Sólo comparable al que corre Lady Chevesley, que en este momento pende frente al abismo de lo posible. Leontino Melazzi ha trinchado al niño, tiernamente lo ha despellejado, y ha partido esa carne infantil en deliciosas lonjas que ahora mudos sirvientes colocan en fuentes de plata ante los ojos embobados de los comensales.

Leontino Melazzi ocupa la cabecera, y a su lado se ubican Fiorello Atrizzi, a la izquierda, y a la derecha Benvenuto D'Ansei, que ha asestado los primeros golpes a la física del ímpetus que se enseña en la escuela de París.

Entre los tres, han conseguido crear un clima órfico, predispuesto al llanto, pero súbitamente permeable a la carcajada feliz. Ellos aman la risa en terribles condiciones. Son sonidos renacentistas que profanan los oídos de la Dama de la Torre, que ya evoca al cruel, despótico Sir Anthony Parsons, ya al excesivamente lírico y desorganizado Guillaume de la Tour. Pero Sir Anthony Parsons no podrá rescatarla de Leontino Melazzi, como no pudo, en su momento, salvarla de Guillaume de la Tour. Y es que, en realidad, Sir Antony Parsons, era muy poca cosa : arremetía, y podía parecer temible, pero en los momentos clave, siempre se quedaba dormido. Sin embargo, Lady Chevesley piensa en él, ahora, como en el regente de una tierra de promisión.

Una mano se posa repetidamente en mis hombros y acaricia esa curva excitante y deliciosa de los huesos : la lógica joven sonríe señalando el teléfono, que suena sin que yo haya logrado oírlo, separarlo de la melopea que se esta desarrollando ante mis ojos. Le indico que alce el tubo y me lo entregue, le dirijo un breve adiós a la Dama de la Torre, la abandono en su postura de horror, dejo que las palabras de latrocinio se hielen en su boca, que permanecerá rígida, en una mueca, apresurada y -es preciso reconocerlo algo ridícula, permito que la elocución de su espanto, que la contenida explosión de su agresividad ceda por un momento a las exigencias, mucho más urgentes, del inmovilismo, y del género policial. Por eso, mientras la lógica joven adquiere contornos transparentes, inmóviles, casi translúcidos, como el jugo de beleño, como un veneno exquisito e inevitable, se deslizan en mi oído las notas ásperas de nuestro drama.

- Qué tal?- dijo el Comisario Inspector- La está pasando bien?

- Algo de eso- sugerí- Novedades?

- Algunas. Puede estar dentro de media hora en el Departamento de Policía para una importante reunión?

- Otra reunión?

-Las reuniones articulan a la familia humana -dijo el Comisario Inspector -. Son el biberón de los funcionarios y el jugo adelgazante de los tecnócratas. Por que la Policía iba a escapar a la regla?

-Las reuniones son sólo exteriorizaciones del abismo de la incomunicación -protesté -Son una especie de tete a tete con la nada.

-Justamente. Sólo la Nada articula a la familia humana, y más ahora, que la gente baja a las fosas tal como vino al mundo. Lo espero ansiosamente.

-Está bien -dije- Ya voy. Cómo haré para separarme de la lógica joven? Cómo haré para estar sin ella? La llevaré conmigo? La llevaré conmigo.

-Ah -dijo entonces el Comisario Inspector- Y le rogaría que viniera solo.

- Por qué?

Hizo un ruidito misterioso en el teléfono, que bien podía pasar por una respuesta, pero que sonaba como una orden perentoria. Me resigné.

La lógica joven me miraba embobada. Temblaba de amor, como una muchachita del siglo diecinueve. Quise dirigirle una mirada dura, pero la mirada se derritió antes de llegar hasta ella.

-Tengo una reunión en el Departamento de Policía -le dije- y tengo que ir solo. Pero no creo que dure demasiado. Me esperarás? Me esperarás aquí?

Ella asintió, con lágrimas. Yo también lloré. Y es que toda separación, por corta que sea, es un poco definitiva. Esos minutos de alejamiento, no los recuperaríamos jamás. Transfigurados por el amor, lo comprendíamos como una verdad rotunda, pero nos resignábamos. Por qué lo hacíamos? Por qué ?

Empecé a vestirme, lentamente. Lentamente, también, y en forma disimulada, Lady Chevesley se aleja de la mesa del banquete. Se esconde entre unos arbustos. Detrás suyo, la campiña orquesta un muestrario del renacimiento italiano. Venus semidesnudas y tiernísimas, surgen repentinamente en los bosques y frescos canales construídos según los planos que un artista genial, al servicio de Ludovico el Moro, diseñó para la corte de Milán. Caminos límpidos atraviesan los plantíos. Avecicas negras, sinsontes y cintillos, picotean el grano, y el horizonte de las tierras de labranza se curva, adaptándose a las exigencias del paisaje. Sin sentirlo, dulcemente, su cabeza recostada sobre una mata de espinillo, Lady Chevesley se queda dormida.    

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martes, 20 de abril de 2010

Fantasmas en el paraíso

Mr. Otis se despertó a causa de un extraño ruido en el pasillo. Estaba muy tranquilo y se tomó el pulso, que no mostró trazas de estar alterado. (...) A la pálida luz de la luna vio ante sí un viejo de aspecto espantoso. Sus ojos eran rojos como ascuas encendidas (...) y de sus muñecas y tobillos colgaban pesadas argollas y cadenas mohosas.
–Mi querido señor –dijo Mr. Otis–, le ruego encarecidamente que engrase esas cadenas y le he traído al efecto un frasquito de Lubricante Sol Naciente de Bammany. Tiene fama de ser completamente eficaz con una sola aplicación.
(...) Por un instante, el fantasma de Canterville permaneció inmóvil, presa de la natural indignación.
Oscar Wilde, El fantasma de Canterville


Los fantasmas no tuvieron en Occidente la misma suerte que en China, donde aún hoy son –pese a las décadas de comunismo– un lugar común de la cultura popular. Desde ya, mucha gente cree y vive aterrorizada por los fantasmas, pero la tradición europea no es firme; recuérdense si no las vacilaciones del propio Shakespeare a la hora de poner en escena al fantasma del padre de Hamlet, que, de ser visible para todos (Horacio, Marcelo y Bernardo), deja de ser visible en la violenta escena que Hamlet le arma a su madre con el noble propósito de sentar un precedente edípico y librarse del molesto Polonio.
No le va mejor al fantasma de Canterville cuando se enfrenta con el corrosivo escepticismo norteamericano, inmune al terror (aunque no al terrorismo), e incólume a las amenazas sobrenaturales del espectro de Sir Simón de Canterville. Hasta cierto punto raro, si se tiene en cuenta la ingenuidad con que “creyeron” la historia de que Irak tenía armas químicas o los resultados de una encuesta que en su momento hizo Gallup, en la que se revelaba que uno de cada cuatro norteamericanos cree en los fantasmas, y uno de cada diez está convencido de que alguna vez estuvo en presencia de un fantasma vivito y coleando, si es que tal cosa se puede decir de un fantasma.
Lo cual no expresa más que cierto anhelo por lo sobrenatural y la envidia por aquellas culturas que conviven con los fantasmas cotidianamente: apenas una casa da señales de estar embrujada y apenas sus habitantes afirman que vieron moverse cajones y volar objetos, estilo “poltergeist”, camarógrafos y cazafantasmas se precipitan a registrar cualquier cosa que sea registrable, interviene la policía y no faltan los grupos de escépticos militantes que señalan que las fotos no muestran nada, y que los fenómenos paranormales tienen la curiosa propiedad de producirse justo cuando no hay nadie para presenciarlos.
Tanto escándalo no hace sino mostrar que el fantasma occidental –cubierto o no de sábanas de Holanda e inmerso en ectoplasma, una sustancia parecida al éter o al flogisto, pero además pegajosa– sigue siendo una rareza, lo cual nos deparó los demonios interiores, los Demonios de Dostoievsky y el psicoanálisis entre otras cosas. La caza de brujas, que arreció en los siglos XVI y XVII, y que fue un verdadero genocidio, cuyas víctimas se cuentan por decenas o centenares de miles (y hay quienes sostienen que llegaron a ser un millón), puede haber contribuido al escepticismo occidental.
La verdad es que los fantasmas nunca habían sido abordados seriamente hasta que el físico Donald A. Wright enfocó sobre ellos toda la artillería de la ciencia moderna en un divertido artículo en el que –hace ya más de treinta años– hizo un minucioso análisis de las propiedades físicas que debería tener un fantasma, considerándolo como un mero sujeto empírico, sometido a las leyes y condiciones del mecanicismo newtoniano.
Partiendo de algunas habilidades básicas de los fantasmas, por ejemplo la capacidad de atravesar paredes, dedujo que los fantasmas tienen propiedades ondulatorias. Y usando la propensión fantasmal a permanecer confinados en castillos o casas embrujadas, Wrigth estima su longitud de onda.
Con rstos datos, las propiedades que la mecánica cuántica asigna a ondas y partículas, permiten calcular fácilmente el peso y la masa de los fantasmas. El resultado es impresionante: apenas un millonésimo de billonésimo de billonésimo de millonésimo de gramo, mucho menos que la de un electrón.
El problema con esa masa es que basta una cantidad de energía realmente ínfima para conferirle una velocidad de hasta un 70 por ciento de la velocidad de la luz. De lo cual resulta que la única manera de observarlos es con poca luz, ya que todo objeto iluminado recibe una presión por parte de la luz que aceleraría al fantasma inmediatamente fuera de nuestra vista. Lo cual, indudablemente, coincide con los testimonios, y explica por quélos fantasmas aparecen siempre en la oscuridad y abundan más en las regiones del norte de Europa y América que en los trópicos.
Pero el problema es que una velocidad del 70 por ciento de la de la luz es mucho mayor que la necesaria para escapar del campo gravitacional de la Tierra, y así el más mínimo empujón (como el que puede producir una brisa) llevaría al fantasma más preciado (y aún al más pesado) a salir disparado fuera de nuestro planeta a una velocidad tal que en pocas horas abandonaría el sistema solar y emprendería un viaje a las estrellas. Lo mismo ocurre con la agitación térmica. Alcanza una temperatura de 20 grados centígrados por encima del cero absoluto para que –otra vez– alcancen una velocidad cercana a la de la luz. Muy pocos fantasmas, por lo tanto, podrán ser vistos, a menos que sean muy fríos (con temperaturas cercanas a 273 grados bajo cero). Es muy difícil pensar que a semejantes temperaturas un fantasma pueda pasarlo bien.
Así, resulta que los fantasmas son helados y por naturaleza salen disparados fuera del sistema solar, lo cual significa que más o menos en el lugar que ocupa el cinturón de Kuipper, una zona de “cometas dormidos”, trozos de roca y hielo que flotan en el límite del sistema solar, hay una enorme densidad de fantasmas made in Tierra. Justo en el sitio que Dante reservó para los ángeles.

viernes, 16 de abril de 2010

Club del chiste

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¿Cúal es la fórmula del agua bendita?



HDiosO

miércoles, 14 de abril de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 18


Circula por la ciudad el rumor de que el Papa vendrá a bendecir los cuerpos sin vida y sin ataúd. Los obreros siguen de huelga, las electrodisipadoras, perdidas; los lógicos siguen muriendo... Y Lady Chevesley no se encuentra a ella misma. ¿Dónde está realmente la Dama de la Torre? ¿A qué mundo pertenece?


CAPITULO 18

El Comisario Inspector se alejó rumbo a la tenebrosa zona del Departamento de Policía. Enfrente, la plaza Francia se curvaba graciosamente hacia Libertador, rodeando el cementerio, casi abrazándolo.

Por las grandes puertas, entraban cortejos fúnebres enredados. Es una tensa mescolanza de carromatos y parientes. Seres odiosos, odiados, familias enemistadas desde siempre, se obligaban a contemplar sus sesudos cadáveres en contacto carnal, antes de entrar en las fosas, hornos o nichos que la venalidad de la burocracia les ha designado. Los empleados del cementerio se han convertido, a los ojos de la opinión pública en los nuevos dictadores de la moda y la moral, en los detentadores del poder más conspicuo a que pudiera aspirarse, en médiums de fantasía que reunen en sus míseros cargos los únicos contactos con el más allá, no mediatizados ahora por la segura protección del cajón, por el adorno de las manijas de bronce, que los deudos de importancia toman con actitud circunspecta cuando el maestro de ceremonias así lo indica.

Quién aferrará los alambres que sostienen el cadáver de Ana María Rant,cuyo lógico cortejo atraviesa ahora las grandes puertas, solemnemente elevadas para dar curso a oligárquicos entierros, para armar bóvedas exclusivas de próceres y familias de próceres, semillero mortuorio de gestas liberadoras, opresoras, en todo caso heroicas o simbólicas? Los lógicos compungidos, y aterrados se amontonan multitudinariamente en torno a la camioneta fúnebre de un azul metálico. Han elegido ese color en homenaje al Peugeot azul, que según todas las versiones asequibles, que, señalado por todos los dedos, fue el vehículo del crimen. Lo fue realmente? O acaso ese crimen no fue sino un simple subproducto de la realidad, una consecuencia tan inevitable del devenir, como la lluvia lo es de la presencia de un anticiclón o de inextricables manipulaciones meteorológicas en los antros del poder mundial? Quién se atreverá a señalar un culpable tratándose de un crimen que parece surgir de las entrañas mismas de la sociedad que reniega de su propia lógica, que renuncia a la coherencia ante la imposibilidad de contener a los objetos dentro de sus formas preestablecidas? Cómo no suponer que se desatarán los crímenes apenas la forma de un cadáver, que deriva de la Idea, inmarcesible, inmortal, idéntica a sí misma y no obstante cambiante, de cadáver, deje de ajustarse a la geometría, a la estrechez del rectángulo, ligeramente curvado, lustroso, a veces casi esférico, que le estaba señalado por la cultura y los siglos de experimentos funerales que nos precedieron? Es que acaso podía esperarse otra cosa? La lógica joven a quien distingo moviéndose vivazmente entre los adustos personajes del cortejo, parece pensar que sí. Lleva todavía consigo la bandeja de café que le sirviera de arma piadosa, filosófica, durante el largo velorio que acaba de pasar. Sobre la bandeja aún se balancean dos tazas. Un líquido oscuro con la consistencia de la melaza, que se bambolea hacia los bordes de la taza y luego vuelve a encontrar su justo equilibrio, pero tan solo para aguardar un nuevo cimbronazo que lo hará moverse, en una recurrencia perpetua, y por lo tanto segura. Finalmente, el cementerio se los engulle a todos.

Trato de imaginarme la ceremonia que se desarrolla entre bóvedas. Guiado por ciertos prejuicios sobre el librepensamiento de quienes tienen en sus manos la clave de la razón supongo que se ha renunciado a cualquier oficio religioso. Pero algo harán. Tal vez basten unas palabras del embajador inglés, siempre breve, y luego una invocación a Russell y Frege, a Kant e inevitablemente a Platón, estableciendo líneas de continuidad con la antigüedad clásica, tan necesarias en este momento. Qué diría Lady Chevesley de todo esto? Y Sir Anthony Parsons?. Y Guillaume de la Tour? Acaso el aventurero Leontino Melazzi no se sentiría atraído, locamente enamorado, como yo, por las delicadas formas de la lógica joven, que bandeja de café en ristre escucha las palabras de alabanza que desparraman, con todo rigor, los oradores, que invocan ya a la ética, ya a la dialéctica, ya a la antropología cultural, que ruegan en suma, que no les toque a ellos? Los cipreses que bordean las avenidas del cementerio, recalcan la tontería, la tortuosa trivialidad de todo aquello. Acaso no son más permanentes que los huesos? Acaso no sabemos que, tarde o temprano, los cuerpos depositados sin cajón en bóvedas muy poco aireadas deberán marchar alegremente por el caminito enternecedor del osario común? Yo mismo, sin embargo, me he dejado llevar por la irresistible teatralidad de la situación. El placer de sentirme el personaje de una representación, con su papel asignado de antemano, el deleite de lo previsible no ha dejado de marcarme, como los graciosos movimientos de la lógica joven, que actúan como un acicate de mi soledad, que en este escenario también resulta teatral, falsificada, pero no por eso menos verosímil. Ya se están cumpliendo los plazos previstos de la ceremonia. Por medio de poleas, trabas, alicates, socavantes y toda una serie de temibles aparatos, el cuerpo desciende a las entrañas de la bóveda, donde se apilan envidiables cajones, testimonio de épocas más felices, más libres, que permitían convivir a las familias muertas en lo que ahora parece un festival de la madera.

Las puertas de la bóveda se cierran con un rechinar áspero. El cortejo, temerosamente, se separa en pequeños globitos de gente que se dispersa y mira alrededor extrañada, como si el cementerio fuera un territorio raro y hostil, como si nada de esto les estuviera reservado. Rondo el círculo -que por tratarse de quien se trata es un círculo áureo donde la lógica joven desgasta sus últimas reservas de café. Los concurrentes beben con avidez. Ella deposita la bandeja sobre una lápida y allí la deja olvidada, como si se tratara de un fósil o de una calavera que advirtiera de algo a los paseantes. Y ya se van, porque llegan nuevos entierros y es necesario abrirles paso, hace falta dejar el lugar para que nuevos cadáveres desciendan a sus fosas iluminadas de cemento, o de piedra, construídas para dar una fugaz sensación de inmortalidad. Sabrá la verdad, la lógica joven? La sabrá Lady Chevesley? La comprenderá Guillaume de la Tour? Y Sir Anthony Parsons? Habrá logrado un acuerdo con el sindicato combativo? Habrá dado algún paso hacia el orden en nuestra convulsionada sociedad? Estaremos más cerca de poder encerrar nuestras formas muertas en cajones llenos de vitalidad y de apariencia aristocrática?

La lógica joven se resiste a dejar el cementerio. Teme, y con razón, fuera del cementerio, morir. Se queda un momento pensativa, apoyada en las columnas de un panteón. En qué piensa? Y en qué piensa también Lady Chevesley? Acaso se asombra de que, para los lógicos el cementerio sea el único lugar seguro? La lógica joven vacila, al borde de esa línea invisible que separa el cementerio de la ciudad y que una vez cruzada, establece un límite definitivo. Como yo estoy libre de prejuicios, como a mí no me amenaza el mísero puñal que pende sobre ella, y como mi objetivo por qué negarlo? es la lógica joven, tomo esa duda, esa ambigüedad como una insinuación. No hubiera actuado de esta forma el caballero Guillaume de la Tour? Acaso Sir Anthony Parsons hubiera dejado germinar en su cuerpo la sombra de una vacilación? Y Leontino Melazzi ? Hubiera dudado en encender una pira fabulosa, incinerando en ella a los vivos y a los muertos, para ofrecer a la lógica joven la posibilidad de un rescoldo, el consuelo de una palabra suya en un leve espasmo de contacto? En este momento entra al cementerio el cortejo de una religión oriental : los seis cadáveres que se exhiben en el techo de las camionetas han sido enyesados de pies a cabeza, de tal modo que oscilan, pareciendo a veces momias del antiguo Egipto, y otras veces víctimas aún vivas de un desafortunado accidente de tránsito, cuerpos simplemente descoyuntados, separados en partes vivas, pero con el sustento orgánico que produce una biología completa, en trance de recuperación. Un grupo de cornejas, hábiles y firmes como siempre, desciende de las altas arboledas para picotear los yesos, confundiéndolos, seguramente, con campos de arroz. Gorriones, sinsontes y cintillos, pían evocando aquel cintillo solitario que se balanceaba sobre los sicomoros de la embajada de Inglaterra. La lógica joven, sensible a todo ese espectáculo ornitológico, al esplendor de aves que despliega la plaza Francia, ha cedido a mi contacto, que la guía hacia uno de los bares que la bordean, precisamente al mismo que he ocupado con el Comisario Inspector. Allí, se deja caer sobre una silla, profundamente cansada, pero intuyendo la protección que emana de mí, en mi carácter de edecán de la Policía, custodio de cadáveres, investigador de inacabados crímenes. Y yo, delicadamente, empiezo a hablarle. A establecer lazos de confianza, empiezo a disipar temores, a fabricar fantasías, a reunir dulcemente las vocales en haces armónicos.

Y compruebo con deleite que ella se deja arrastrar por el halo de la narración,y el fluír de la novela.Olvida el temor y la inseguridad que la rondan, la lógica, que parece abandonarla, y hasta la juventud, que en ella se ha convertido en una peligrosa tentación. En suma, que empieza a amarme. Se entrega dulcemente a la pausada caricia del lenguaje, al melodioso golpeteo de las palabras esdrújulas: lámpara, sífilis, hermenéutica, mácula, clítoris, antiespasmódico. Aún se siente extraña, insegura, pero empieza a ser feliz. Y Lady Chevesley? Se siente segura Lady Chevesley? El niño ha terminado de asarse, el olor de la carne quemada invade el paisaje idílico y la predispone al vómito.

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lunes, 12 de abril de 2010

Copernico, las cucarachas y el diácono



Esto que voy a contarles ocurrió realmente.

Resulta que una vez por semana viene a mi departamento un fumigador que envía el edificio. Es un hombre mayor, de más de ochenta años, pequeño, delgado y de apariencia insignificante, que llega con un aparato (una especie de tanque de mano, que contiene el veneno) y que, cuando se va, después de haber exterminado cucarachas, hormigas, arañas y cuanta alimaña (excluyendo mamíferos) pulule por allí, me saluda diciéndome: “que Dios lo bendiga”, con dos dedos levantados hacia el cielo.

Pues bien: aquel día yo estaba releyendo a Copérnico (siempre vuelvo a Copérnico, a quien estoy tentado de aplicar la bella frase de Albert Schweitzer sobre Bach: “Bach es, pues, el fin. Nada proviene de él, todo conduce a él”, y lo haría si no supiera que en caso de Copérnico es falsa); estaba releyendo a Copérnico, decía, y el cucarachero estaba en la puerta yéndose, pero ese día, justo ese día, la bendición fue más larga y quizá por la proximidad de una fiesta de guardar, extendió la bendición a mi mujer y a mis hijos.

–Gracias –le contesté–. Igualmente. ¿Usted tiene hijos?

–No –me dijo–. Yo soy hombre de la Iglesia.

–Copérnico también –le contesté, cometiendo el gran error de mi vida–, era canónigo. ¿Por qué no me explica lo que es un canónigo? ¿Usted también es canónigo?

Y les aseguro que lo que sigue ocurrió realmente.

–No –me dijo–. Soy diácono.

–¿Diácono? ¿Y qué es un diácono?

Fue lo mismo que abrir una canilla directamente conectada al cuartel de bomberos; el chorro empezó a salir con una fuerza imposible de parar: me explicó la diferencia entre los canónigos y los diáconos, entre los canónigos y los diáconos y los curas; me contó que él no podía decir misa (o sí podía), pero que sí podía confesar (o no podía), pero que los canónigos y los diáconos se odiaban, aunque se unían frente a los curas, que a su vez los odiaban a los dos, y después de cuarenta minutos de transitar las diversas jerarquías eclesiásticas, me contó que él se había quedado en diácono porque no le habían dejado seguir el seminario.

–¿Quiénes no lo dejaron? ¿Sus padres? –pregunté, extenuado.

–No, mis padres no. Mis padres me apoyaban –me contestó el cucarachero–. Los que no querían eran ellos.

–¿Quiénes son ellos? ¿Y por qué no querían?

–Porque tenían miedo.

–¿Miedo?

Y les aseguro que lo que les cuento sucedió realmente.

–Tenían miedo porque todos sabían que yo estaba destinado a ser Papa –me dijo el cucarachero.

–¿Papa?

–Sí señor –me dijo.

Confieso que me impresionó. Al fin y al cabo, yo nunca había tenido el honor de hablar con alguien que tuviera la más mínima posibilidad de alcanzar el papado, que fuera ni remotamente papábile y resulta que ahora tenía delante mío a quien no sólo estaba predestinado, sino que estaba predestinado ineluctablemente a ser Papa en la persona del modesto, y en apariencia insignificante, cucarachero de mi edificio. ¡Y el futuro Papa estaba nada menos que en mi casa! ¡Era una experiencia fantástica, inenarrable!

Naturalmente, yo pensaba (y sigo pensando) que ser cucarachero, es decir, estar acostumbrado a exterminar insectos, o lo que venga, es un perfecto entrenamiento para el papado, especialmente en épocas de Benedicto XVI.

–Todos se unieron –me siguió contando. Los obispos se aliaron con las fuerzas del Diablo, y los cardenales se reunieron con los políticos, para que yo no terminara el seminario, no me ordenara sacerdote y pudieran usurparme el lugar.

–Entonces Benedicto XVI es un usurpador –le dije, contento.

–Por supuesto.

–¿Y Juan Pablo II?

–Especialmente –me contestó el futuro Papa–, a ese lo pusieron para combatir el comunismo, no para mayor gloria de la Iglesia, y para bloquearme el camino. Se unieron todos.

Y acto seguido, me empezó a explicar con todo lujo de detalles cómo se había montado la enorme conspiración: todos los estratos de Vaticano y el Colegio Cardenalicio se habían reunido con los políticos más importantes, con los grandes financistas, en fin, con los que deciden los destinos de este mundo (aunque apoyados sin duda desde el otro) en una especie de cónclave paralelo para encontrar la manera de cerrarle el camino, y así fue como le impidieron seguir en el seminario y ordenarse sacerdote.

A esta altura, les confieso que yo empezaba a dudar y me preguntaba si el cucarachero no estaría exagerando un poco. Y es que, la verdad, me resultaba increíble semejante confabulación política, eclesiástica y teológica para conseguir algo tan simple como impedir que el cucarachero terminara el seminario y se ordenara sacerdote. Además, parado ahí, con una mano en la manija de la puerta, parecía una persona tan simple, incluso tan insignificante, con su guardapolvo azul, el minúsculo tanquecito de veneno en la mano... Sí, estaba exagerando, sin duda...

Ya era hora de que se fuera. Con las precauciones del caso, eché una mirada de reojo a mi Copérnico, otra al reloj (ya la charla llevaba más de dos horas) y un poco mareado, le di la mano y abrí la puerta yo mismo.

Y entonces vi que en el palier empezaba una inmensa escalera de mármol y obsidiana, que se elevaba directamente hasta el trono de San Pedro, con incrustaciones de oro y de diamantes, y que al costado se alineaban cien cardenales vestidos con sobrepellizas verdes y mantos azules cuajados de pedrería, y que el ambiente estaba saturado con el olor del incienso, y de maderas preciosas, como el áloe, que se quemaban en los pebeteros, y que las antorchas alumbraban el camino que culminaba en el trono de oro y de rubíes, y el aire estaba cruzado por los cánticos que se elevaban como una misa de Gabrielli o un coral de Juan Sebastián Bach. El cucarachero empuñó firmemente el tanquecito de veneno, se sacó el guardapolvo azul, tomó el báculo que le tendían los altos dignatarios de la Iglesia y empezó a ascender hacia el trono de San Pedro.

Y yo pensé: ¡Dios mío, no va a quedar un bicho vivo en este mundo!

jueves, 8 de abril de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 17




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Con electrizante dramatismo hemos leído y releído en el capítulo anterior de esta saga la inhóspita descripción del velorio de la muchacha lógica asesinada, tercera victima de un misterioso asesino en serie de amantes de la lógica. Los rumores eran muchos, quizá secuestrada de su casa y luego asesinada, quizás muerta en un aula, tal vez primero descuartizada y luego violada... la única firme verdad es que la muerte la alcanzó de forma violenta y macabra dejando como única solución para su velatorio sin ataúd la gran respuesta nacional: atarla con alambre. Grotesco, infame, triste funeral y ninguna pista que seguir. ¡Qué lógico detrás del lógico moverá las piezas de este tablero deforme!
CAPITULO 17

El Comisario Inspector estaba sumido en la perplejidad. -La extensión del problema y la intervención del embajador inglés pueden convertir este sencillo problema doméstico en un conflicto internacional- dijo. Las altas esferas ya están hablando de darle intervención al Papa.

- Al Papa?

-Quieren traerlo para que bendiga los cuerpos a enterrarse sin ataúd. Pero el Vaticano se resiste, ya que esta primariamente interesado en la situación búlgara, donde anteayer iniciaron una purga en el partido. Y proponen enviar al cardenal Casaroli para que intervenga en la situación.

-No creo que el Papa venga -dije. -Pero lo que sí me preocupa es que la cuestión no está muy clara. De qué lado están los lógicos, por ejemplo? Del mismo lado que los fabricantes de ataúdes, o del lado de los obreros?

-Yo diría que más bien del lado de los obreros. Los lógicos se consideran asalariados de la burguesía, y por lo tanto sus simpatías siempre están en el bando popular.

-Sin embargo, la lucha de clases los asusta.Es demasiado concreta y no siempre se ajusta a las exigencias de la teoría. Y en general los lógicos tratan de separar la teoría de la realidad.

-Eso es lo que trata de hacer todo el mundo.Todos quieren apartarse de lo real, intuyendo que de la realidad sólo pueden obtenerse sorpresas desagradables. Y la verdad es que no culpo a la gente por pensar así. La realidad también hace su parte, ya que, por lo general, le falta coherencia.

-Lo malo es que resulta inaceptable.

-Ahí radica toda nuestra tragedia -dijo el Comisario Inspector. A veces se utilizan subterfugios, como las modas, pero no siempre dan resultado. En ese sentido, admiro la sangre fría del embajador inglés, que no se deja vencer por los acontecimientos.
-Eso antes no ocurría dije, mientras devoraba la paprika que nos había servido un mozo circunspecto. Uno tiene la sensación de que sólo el pasado era una cosa organizada.

-Y es que lo era. Todo se organiza apenas se convierte en pasado, y de ahí el apuro de los historiadores por acelerar los acontecimientos. Si el embajador inglés es la pieza clave de esta historia, lo mejor es mantenerse alejado de él, no le parece?

-Me parece que más bien al revés. Por ejemplo : qué hizo el embajador inglés con la electrodisipadora que le compró a Simón de Indias ?

- Quién puede saberlo? Los avatares de la política internacional son imprevisibles. La historia bromea. No se lo dije nunca?
-No, pero lo leí en alguna parte.

-Efectivamente.Kundera.Me encanta plagiar las grandes frases. Es la única manera de adquirir algo de gloria.

Pero aunque el Comisario Inspector quisiera minimizarla, la situación no era nada simple. Apenas una semana, y ya corrían rumores alarmantes. Mucha gente se estaba preparando para quemar a sus muertos queridos en plena calle, con lo cual la ciudad entera se hundiría en una pestilencia digna de mejores épocas. Los poderes públicos, al tiempo que se alarmaban, cobraban conciencia de su impotencia, como si la impotencia y la alarma fueran fenómenos indisolublemente ligados. Los carromatos fúnebres se deslizaban por las calles de una manera cada vez más ostentosa, más sigilosa, más plena de augurios. Los lógicos se escondían donde podían y eso ayudaba a complicar cada vez más la realidad. La Cámara de Fabricantes de Ataúdes, en un acto sin precedentes en su larga historia fúnebre, se había autoabsuelto de culpa y cargo, echando toda la responsabilidad al sindicato combativo de funebreros. Nadie sabía de que lado estaban los lógicos, y, más grave aún, nadie sabía de que lado estaban los anticuarios. En un momento de temeridad, un juez había dictado un auto de prisión preventiva contra Simón de Indias y Jauretche Saint-Simon, a raíz de denuncias anónimas vinculadas con el tráfico ilegal de una electrodisipadora, pero la eficaz burocracia de la policía y la justicia había dejado todo en agua de borrajas. Felizmente, ya que una vez desarticulada la red secreta y clandestina de los anticuarios, las puntas del ovillo aparecerían demasiado enredadas. Frente a este panorama, la venida del Papa o de su cardenal predilecto, se proyectaba como la fría sombra de una amenaza.

- Deberíamos trazarnos un plan de acción me atreví a proponer.

- Tal vez designar un culpable y luego proceder por descarte.

- Los planes de acción no hacen más que entorpecer las cosas. El Comisario Inspector se apresuró a desechar mi idea. -La realidad tiene sus propios planes. La misión de la Policía es dejar que se desarrollen.

- Pero y entonces qué vamos a hacer ?

Qué haremos? Y qué hará Lady Chevesley ? Qué podía depararle el aventurero Leontino Melazzi, que la había rescatado de un precipicio de los Alpes, donde cayó por exceso de cordura? Por un lado, los aires triunfalistas de la soberbia intelectual, y por el otro, los retorcidos vericuetos de la sevicia. La crueldad refinada es su fuerte, y allí reside el problema. Leontino Melazzi ha organizado un banquete, pensado según los rituales del libro de Plotino de Cremona, que expandió por toda Europa el aroma renacentista de la cocina italiana. Sobre la mesa tendida se ve una fina servilleta de la mejor lencería. Los entremeses están preparados en inmensas bandejas sobre el aparador : pasteles de piñones, mazapanes españoles,bizcochos con vino de malvasía, cremas azucaradas en tazas, higos y vinos moscatel. El primer servicio consistirá en tórtolas asadas, bandejas de papahigos y codornices a la catalana, y el segundo servicio incluirá pateé de corzo y faisanes, capones azucarados recubiertos de oro fino, manjar blanco,un jardín de jazmines montado sobre una mesa, y en su interior, un águila apresando a un conejo. La enumeración de los siguientes servicios sería interminable y hasta redundante, porque, sorprendentemente, todos se parecen al primero. Hacia el final de la comida, se ofrecerá una gran jarra de la que se desprende una aromática humareda.

Pero el obstáculo es el postre, que la Dama de la Torre tiene a la vista : un niño vivo cocinándose lentamente, con la lengua arrancada para que sus gritos no perturben el plácido discurrir de los intelectuales. De qué discuten? De filosofía, de retórica, de astronomía, pesando cuidadosamente los pro y los contras de la escolástica, y, sobre todo, de música. Leontino Melazzi se inclina por la melodía grácil, por el suave repiqueteo de timbales que sirven de telón de fondo a un arioso, a un sesto, a una cavatina. Fiorello Atrizzi, en cambio, prefiere las formas adustas de la polifonía. Pero Lady Chevesley, agudizada su sensibilidad por siglos de aislamiento insular, no puede dejar de pensar en el niño que esta asándose. Y el fondo del cuadro? Un camino que se hunde en un paisaje, a medias barroco, a medias manierista donde se eleva,con sus casi doce pisos de altura,la Torre,hacia la que se dirige un denso cortejo de damas y caballeros. Más allá, en el extremo boreal, se avista la Plataforma de Elsinore. En el otro rincón, un espejo duplica la escena, tendiendo un diabólico puente de complicidad con el espectador. Qué puede decir Lady Chevesley sobre todo eso? Será capaz de soportarlo? O su mentalidad moderna la arrastrará a una crisis, a duras penas controlable con antidepresivos e hipnóticos? Y quién le conseguirá esa medicación en pleno Renacimiento? Cómo resistir este silencio horrible, en el que el niño a medio cocinar se retuerce, mientras la piel se le arruga, como queriendo formar el grito que los piadosos caballeros tuvieron la misericordia de evitarle? Cómo podrá hacer para olvidar lo que ve? Cómo podrá escapar a la mecánica del recuerdo? Lady Chevesley vacila al borde mismo del misterio de la imaginación y la memoria. Sabe perfectamente que en la otra orilla del río que graciosamente se curva hacia el fondo del cuadro, sólo espera la pesadilla de la locura. A veces cree ser el niño que se cocina, a veces el espectador que mira el cuadro. A veces cree no ser nada.

>>Ir al capítulo 18

martes, 6 de abril de 2010

Bang Bang

Que florezcan uno, dos, mil Big Bangs
Mao Tsé Tung



Bueno, por fin arrancó el Superacelerador, y temibles haces de protones, acelerados al límite –99,9 por ciento de la velocidad de la luz–, chocaron entre sí, alcanzando energías que imitan o recuerdan las que reinaron en el universo a poco del Big Bang: ese misterioso punto singular en el que nacieron la materia, el espacio y el tiempo simultáneamente...

En realidad hubo bastante confusión (nadie dijo nunca que se alcanzaban las energías del Big Bang) en una inflación mediática que a su vez desató torrentes de leyendas y denominaciones, “La máquina de Dios”, los miniagujeros negros que devorarían al universo y algunas otras que no recuerdo ahora. De todas maneras, se ha logrado alcanzar la energía más alta que se consiguió hasta ahora sobre la Tierra, y es probable, aunque siempre es peligroso hacer este tipo de predicciones supernovas, para obtener niveles más grandes de energía habrá que recurrir al espacio exterior: choques de galaxias, agujeros negros y esas fruslerías.

Pero el hecho es que el Superacelerador arrancó, y que las energías son tan enormes que tal vez logren hacer salir al bosón de Higgs de su escondite teórico y mostrarse a la luz del día.

Con lo cual se completaría el así llamado “Modelo Standard”, que reúne al puñado (un buen puñado, digamos) de partículas elementales que forman toda la materia existente: seis quarks, seis leptones y los bosones que transportan fuerzas (queda el misterio de la materia oscura, si es que existe, tanto la materia como el misterio).

El asunto es que el Superacelerador de Hadrones es, probablemente, el experimento científico más grande (y más caro) que se halla emprendido jamás (no sé realmente si el Proyecto Apolo lo alcanza) y uno de los más ambiciosos, escudriñar la materia hasta el fondo, pescar y atrapar la partícula que falta para exhibir de una vez por todas de qué está hecha la materia: entre otras cosas, el escurridizo bosón de Higgs tendría la extrañísima propiedad de conferir masa al resto de la partículas, y por ende al universo.

Qué lejos quedan los experimentos sobre los que se asentó la ciencia moderna: el árbol de Van Helmont, el pobre telescopio de Galileo, el primitivo barómetro de Torricelli, las bobinas de Faraday, e incluso los experimentos caseros sobre la radiactividad de Becquerel y los Curie. La ciencia actual (la Big Science) es siempre grandiosa: siempre arañando límites con uñas que cuestan miles de millones.

Y que explican las leyendas y los nombres que rodean mediáticamente esta historia: la partícula divina, la máquina de Dios (injusta por donde se la mire, ya que Dios no entiende nada de física y de ciencia moderna en general: ni una sola vez se deslizan en los libros sagrados palabras como átomo, ADN –que en la Biblia hubiera sido muy útil para evitar confusiones– o bosón. La pobre deidad moderna debe estar muy preocupada con los problemas de pedofilia que plagan su iglesia como para ponerse a leer un libro de física nuclear).

Otro de los cuentos que escuché por ahí es que el experimento podría producir miniagujeros negros, que se devorarían al propio acelerador como aperitivo y al resto del universo como plato principal (parece que no se puede vivir sin un apocalipsis cercano: el invierno nuclear, el Y2K, después el verano producido por el cambio climático y así).

Pero de todas las leyendas, la que más me gustó es ésta: que al alcanzarse energías semejantes al Big Bang, se produjera un Big Bang de forma efectiva, un Big Bang contante y sonante que diera lugar a un universo. Aunque naturalmente disparatada, esta versión captura la imaginación y la sensación de los ciclos cósmicos: al fin y al cabo, en muchas versiones de la teoría, el Big Bang fue una pequeña oscilación de la Nada, que en vez de reintegrarse al NO Ser y dejar de existir, se escapó y dio lugar al universo. Y así, uno podría pensar, que una vez empezado un Big Bang, se origina un universo que tarde o temprano da origen a la vida, y que la vida da origen a la inteligencia, y que la inteligencia da origen a la curiosidad, ésta a la ciencia, y la ciencia, naturalmente, a construir un Superacelerador de Hadrones, donde se origina un nuevo Big Bang. Tiene esto un tufillo a Stanislav Lem qué impresiona, pero es curioso pensarlo, ¿no?
Y encima no hay de qué preocuparse.

Si el bosón aparece, bien, se completará el modelo standard.

Pero ojalá que no aparezca: las cosas serían mucho más interesantes.

viernes, 2 de abril de 2010

Club del chiste

Envíennos sus chistes de ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com. Hoy, una obra de arte del humor.


¿Por qué se suicidó el libro de matemáticas?
Porque tenía muchos problemas.