jueves, 17 de junio de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 24

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Puestos a evaluar la reunión en la jefatura de policía, el Comisario Inspector y nuestro narrador se preguntaban, tomando café con canela en el café Freud, si era posible esperar un futuro auspicioso para la investigación. O si, por el contrario, el aislamiento de cada uno de los problemas no sería más que una complicación del caso. La pregunta, una y otra vez, ¿existen realmente conexiones causales? Y, por qué no, ¿es la ciudad una red o una suma de puntos que delimita el campo de acción de nuestros protagonistas, la joven lógica y el temible asesino?

CAPITULO 24

No tuvimos más remedio que irnos a otro lado. ¿Qué era lo que nos empujaba a cambiar de sitio ? Cierto vaivén, el esfuerzo con que la realidad se ajustaba a lo pictórico, abandonando la linealidad, prefiriendo los volúmenes a las superficies. Era lamentable, pero era así. La ciudad evolucionaba hacia el barroco, hacia el amontonamiento, hacia la pura aglomeración. El azar, la fatalidad y hasta la muerte, parecían haberse convertido en instituciones públicas. La perspectiva, que antes se ajustaba a la elegancia geométrica, se construía de manera diferente, y se adaptaba a los movimientos de la situación: los objetos parecían más cerca cuando más pequeños eran, y los objetos grandes parecían estar siempre en el horizonte.

Pero lo peligroso era la unicidad (que el Jefe de Policía se obstinaba en negar) de lo que ocurría.Se notaba a la legua. Recortar un trozo de realidad era tan imposible -tan absurdo-, como el intento de separar un trozo* de un líquido muy viscoso. Los hilos quedan siempre aferrados, y si alguien los corta, aparecen nuevos seudópodos, quedan babas del diablo, y apenas uno se detiene a reflexionar, preguntándose que hacer, el líquido vuelve a cerrarse en una masa única. Decididamente, hay situaciones, en que la simplicidad es imposible.

Era intrigante: de donde salían tantos entierros? Algunos comentaban que muchas de las muertes eran ficticias. Otros, que los cadáveres se repetían, que algunos empresarios inescrupulosos enterraban dos y tres veces cada cuerpo para redondear su negocio, de modo que cada cadáver daba varias veces la vuelta a la ciudad.

Sin embargo, la falta de lógicos, a la sazón asesinados, u ocultos, parecía no importarle a nadie. No era extraño, entonces, que la lógica joven moviera tanto los brazos y estuviera alarmada.Porque, aunque mi exaltación amorosa le brindara una cierta protección, hasta cuando duraría? Cuál era su alcance real? Pronto tendríamos ocasión de averiguarlo.

Además, había otra cosa. Para ella, el asesinato de un lógico era la quintaesencia del delito. Y no sólo por solidaridad profesional: es que de alguna manera, asesinar un lógico es como asesinar una idea, o un estado de ánimo. A primera vista, o dejándose llevar por lo que habitualmente llamamos intuición, es una de esas cosas que parecen imposibles. Y que tal vez, nos parecen imposibles porque son sólo irrelevantes.

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