martes, 30 de noviembre de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 39

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CAPITULO 39

Desvaída, la Dama de la Torre esta perdiendo sus colores originales. Parece no decidirse entre el desmayo y la exasperación, la neurótica exaltación de lo vital. A su lado, el famoso bandido otea un horizonte sin concesiones, quebrado permanentemente por las altas torres de la ciudad que el soñó llena de cúpulas. Donde estuvo el error? Sucesos catastróficos deberían avecinarse, dada la rigidez del género, y su estricto sometimiento a reglas y convenciones. Sin embargo, solo ven callejuelas donde pensaron avenidas, miserables cuartos de hotel donde adivinaban lujosas y tétricas suites regias. Desembarcaron en una ciudad que imaginaban, y se encontraron en una ciudad cualquiera. No advierten siquiera que el cruel Sir Antony Parsons desembarcó tras ellos. Qué harán ahora?


Automáticamente, la Dama de la Torre piensa en huir. Acaso no ha huído siempre? Acaso no la han oprimido de manera sucesiva y monótona el pomposo caballero Guillaume de la Tour, Leontino Melazzi,el florido corteggiano, el peligroso ermitaño y ahora el terrible Bairoletto? Hacia dónde se inclinará Lady Chevesley? Hacia dónde se inclina Buenos Aires, que oscila peligrosamente entre lo normal y lo sórdido? Multitudes elementales y leves se pasean, distraídas, contemplando vidrieras donde se ofrecen artículos de exportación. Carromatos de cadáveres desnudos giran en torno a las estatuas, en una ronda sin fin. Puede observarse (cualquier observador con un mínimo sentido crítico lo haría) que no tienen a donde dirigirse. De donde pueden deducirse cementerios colmados, nichos que no dan mas, bóvedas abarrotadas, o, mejor, que la misma situación, que la medula misma del problema ha sido vulnerada, y no le queda mas, ahora, que reproducirse, que obedecer a la obsesiva mecánica de la repetición.

Lady Chevesley está desconcertada: no sabe cómo restablecer la acción, que para ella es solo huída, impulsos sucesivos que la arrancaron de la Torre y la arrastraron a la fortaleza de L'Arbre sur l'Oise, a la Ermita, o a las fértiles llanuras italianas que los bandoleros cruzaban utilizando las indudables ventajas de la exhalación. Las calles como fosos y las torres la sumen en una ensoñación extravagante :cree, por un momento, haber regresado a la Plataforma de Elsinore, el rio le parece el mar, las barrancas le parecen escaleras por donde Sir Antony Parsons asciende, al acecho. Ignora que el, efectivamente, esta al acecho, resguardado, oculto, por la estructura casi ósea de la calle que los envuelve. La Dama de la Torre cree estar frente a un castillo, pero se trata tan solo de un antiguo caserón. Lady Chevesley no conoce esta palabra, este aumentativo insólito, despectivo, y a la vez con cierta solemne nostalgia. El terrible Bairoletto, por su parte, nunca le ha dado demasiada importancia a las palabras. Caserón, casita, casa, para el son sinónimos. La calle se desenvuelve sin tráfico, asolada por la quietud. Las casas se alinean como soldados de un ejercito que adivinara de antemano su derrota, y los árboles se ciernen sobre ellas como oficiales de alta graduación. Qué harán, qué harán ahora? Por un instante, se quedan quietos, sin decidirse a entrar.

Y así están: ella acurrucada, como un ser indefenso que se prepara para lo imposible. El, inmune como el delito, y como el delito, esencial, inclinado levemente hacia adelante, en una actitud elíptica, que quiere ser fugaz, y que sin embargo, se sabe decisiva.



Pero aunque no lo saben, es una trampa, o mejor dicho, un nudo de la memoria: cómo reestablecerán la acción? Por qué se han atascado los mecanismos de la novela? A qué se debe esta mudanza del tiempo en un lugar donde el tiempo nunca pasa? O es que como Lady Chevesley oscuramente intuye, el tiempo pasa sin transcurrir?

Y cuando el nudo se deshaga, tendrán que separarse.

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