viernes, 25 de febrero de 2011

La Dama de la Torre: capítulo 43

>>Ir al capítulo 42

CAPITULO 43

- Un momento -.El Comisario Inspector se interpuso resueltamente entre el Jefe de Policía y la lógica joven.- No necesita desplegar todo este escenario de película. Tampoco necesita más experimentos. Me temo que tengo la solución del misterio.

Los ojitos del Jefe de Policía parpadearon.- Encontró al Anticuario Mayor?

- No- dijo el Comisario Inspector-. Pero se donde ir a buscarlo. Que lo encontremos ahí ya es otra historia. Si el Anticuario Mayor no está donde debe estar, es un asunto por completo distinto y que no nos compete para nada. El misterio está igualmente resuelto.- lo dijo con tanta firmeza que los cuatro esbirros que habían atrapado a la lógica joven aflojaron un poco las tenazas que sujetaban sus brazos.

- El misterio esta igualmente resuelto? -cuestionó el Jefe de Policía.-Sin resultados experimentales que avalen la solución?

- Efectivamente. Sin resultados experimentales. Pero mucho me temo que los tendremos y a montones el Jefe de Policía vacilaba entre dar la orden de que liberaran a la lógica joven o de que se la llevaran para siempre y trató de ganar unos momentos.

- Y cuál es ese lugar donde todo se resuelve? *

- SOLOG, por supuesto -, dijo tranquilamente el Comisario Inspector.- El mismo sitio donde empezó todo.

- SOLOG! Pero si ya revisamos SOLOG palmo a palmo!- dijimos al unísono el Jefe de Policía y yo.

No podía contener mi sorpresa.- Pero si usted mismo dijo que era un lugar vacío de ideas y de sentido, sin significado alguno!

- Me equivoqué dijo el Comisario Inspector Seguramente me equivoqué. Recuerden en mi descargo que no había leído aun La Dama de la Torre. Pero ahora puedo decirles que allí y no en otro lado esta la solución.

- Es apenas una casa vieja parcialmente ocupada por libros y papeles dijo el Jefe de Policía.- Consta en su informe: artículos de filosofía, lógica y revistas especializadas.

- Y también best-sellers completó el Comisario Inspector.- También best-sellers, no lo olvide. En su momento no les di importancia pero ahora puedo asegurarles que la tenían.

- No veo la conexión- el Jefe de Policía empezó a aflojar. Por de pronto hizo una seña y liberaron a la lógica joven, que se derrumbo en el piso, donde empezó a reponerse moviendo débilmente los brazos.- No veo la conexión.

- Nadie dijo que haya una conexión dijo el Comisario Inspector.- Incluso le diría que se trata de una casualidad. Pero de una de esas casualidades que conducen a la perfecta y absoluta verdad científica.

- Sea -, cedió finalmente el Jefe de Policía.- Si usted lo quiere vamos a hacer una nueva recorrida por SOLOG. Postergamos por un rato el experimento, pero nada más.

Cuando salimos del café, había oscurecido por completo. El Abasto se levantaba en silencio como una enorme y sombría mole. Ese amontonamiento de cemento y hormigón se alzaba muchos metros por encima de la edificación chata y los edificios viejos y en ruinas. Había sido construido en una época en la que el volumen era considerado el valor supremo de la arquitectura: no importaba la forma sino la masa total. Recordaba, en líneas generales, el pavor casi sobrenatural de la Plataforma de Elsinore. La lógica joven se estremeció ante ese nudo de la memoria.

Subimos a un patrullero que en contados minutos nos llevó hasta la puerta del viejo caserón.

>>Ir al capítulo 44

lunes, 21 de febrero de 2011

Una política para la difusión de la ciencia

ENTREVISTA AL INGENIERO TULIO DEL BONO, MINISTRO DE CIENCIA Y TECNOLOGIA DE CORDOBA
La ciencia no es ciencia si no se comunica: en eso radica su diferencia letal con el esoterismo. Desde Córdoba nos llegan buenas nuevas, al anunciarse un posgrado en difusión de la ciencia. Más otras cosas que cuenta Tulio del Bono

Desde Córdoba
–¿El proyecto de carrera en Comunicación Pública de la Ciencia y la Tecnología en Córdoba es una realidad? –Sí, afortunadamente es una realidad. El posgrado es uno de los primeros en su tipo en Latinoamérica, está previsto que comience en abril y el ministerio lo financia con el objetivo estratégico de fortalecer a Córdoba como polo de divulgación de la ciencia. Para eso se reunió con los principales referentes y profesores de este campo. Está cogestionado entre la Escuela de Ciencia de la Información y la Facultad de Astronomía y Matemática (Famaf) en la Universidad Nacional de Córdoba. La cursada será gratuita y podrán cursar tanto comunicadores como investigadores de diversas ramas.
–¿Cuál es el objetivo que persiguen? –Como en muchas otras actividades que desarrollamos, apostamos a incrementar la cultura científica de la sociedad. Puntualmente advertimos que es crítico formar comunicadores, para incrementar el debate público acerca de la ciencia y para despertar vocaciones científicas. Nos apoyamos en la fuerte tradición e institucionalidad científica de Córdoba.

viernes, 18 de febrero de 2011

La Dama de la Torre: capítulo 42

>>Ir al capítulo 41

CAPITULO 42

Salimos, obviamente, a un baldío. Esa repetición, que es la clave de la memoria, ya ni siquiera nos sorprendió. En el cielo , por sectores , oscurecía, cuando derrotados regresamos al Abasto , que había adquirido una dimensión espectral. Por que nos reuníamos aquí? Por qué justo en la zona de la ciudad que no pertenece todavía ni a la memoria ni a la literatura, sorprendida en el momento mas preciso de su puro devenir? Elegimos el mismo bar de la vez pasada estableciendo las bases de una continuidad circular que aunque es estable y coherente, es inmanentemente peligrosa. En cualquier momento podíamos enredarnos en ella.

La lógica joven movió los brazos complicadamente, indicando que quería una gin tonic. Esas manos adoradas moviéndose en el aire fétido del bar, trazaban, sin embargo el preciso dibujo del deseo. Yo pedí un Fernet, que fue extraído de una botella. Las botellas se mantenían erectas, retráctiles, en los estantes. Pero ya empezaban a ser cubiertas por el olvido, que en su primera etapa se manifiesta como una capa de polvo. Luego la capa de polvo desaparece y las botellas y las cosas emergen con diafanidad absoluta. Si ese mismo bar fuera olvidado, seria alguna vez un lugar brillante y lustroso, flotando de manera imprecisa en alguna región de la memoria. La bebida era agria, como la compleja red que nos amenazaba y que pendía literalmente -sobre la cabeza de mi amada. El Comisario Inspector entro unos minutos después que nosotros, mirando a derecha e izquierda con gesto satisfecho.

- ¿Y?- le pregunté Descubrió- ¿algo?

El Comisario Inspector sacudió la cabeza con cierta alegría Nada. Quién va a creerlo? El sindicato combativo no existe más. Los obreros de la fabrica de ataúdes se enganchan como albañiles.

- Lo sabía. Nos cruzamos con uno de ellos. Más precisamente, con Avelino Andrade, el mismísimo presidente. 

- Y el traficante de ataúdes cayó en un estado de ensoñación profunda, muy parecido a la idiotez. Ve derrumbarse su imperio y no comprende las razones

- El tercer secretario de la embajada también teme el derrumbe de la diplomacia imperial.

- Pobres -dijo el Comisario Inspector- La verdad es que no entienden nada. Todos los imperios terminan por derrumbarse. Es una costumbre muy difundida, aunque, es preciso reconocerlo, terriblemente lenta. 

- ¿Y qué más?

- Nada más. Total, que fue una excursión muy interesante, nada muy complicado que hacer y tiempo de sobra para dedicar a La Dama de la Torre .

- Nosotros tampoco encontramos nada dije compungido, mientras le hacia una síntesis de las visitas a los anticuarios y a la embajada Nada de nada.

- No me sorprende, dijo el Comisario Inspector si no encontramos las pistas adecuadas es solamente porque no nos dirigimos a los lugares adecuados, y porque no buscamos con los instrumentos adecuados.

- Los instrumentos adecuados?

- Así es. Le diré, de paso, que mientras hacia averiguaciones, vi pasar el helicóptero, aunque ese detalle, en este momento, sea contingente. También vi un par de patrulleros estacionados en la puerta de su casa.

- Nosotros también los vimos.-dije.- Y cuáles son los instrumentos adecuados?

El comisario inspector metió la mano en el bolsillo y sacó un objeto oscuro, cuadrangular y en apariencia delicadísimo. En la base había dos botones negros, casi indistinguibles. En la parte superior, un dial donde temblaba, indefensa, una agujita.

- Y eso qué es?

- Un fotómetro de precisión -dijo el Comisario Inspector- El último milagro de la tecnología japonesa. Lo usan los fotógrafos mas sofisticados para medir la luz en ambientes donde hay poquísima iluminación, y hasta lo meten en los satélites artificiales. Mediría una milésima de milésima de miligramo de luz si la luz, claro esta, pudiera medirse en miligramos.

- Para qué lo piensa usar? -pregunté.


Pero antes de que pudiera responderme, una mano se posó brutalmente sobre el hombro de la lógica joven .Cinco policías de civil nos enfrentaron cubriéndonos con ametralladoras.

- Bien dijo el Jefe de Policía, apareciendo de repente en la puerta del bar y apuntando a la lógica joven con una Magnum casi tan grande como él Parece que conseguimos un nuevo sujeto experimental.

La lógica joven, enferma de terror, se deshojó.

>>Ir al capítulo 43

martes, 15 de febrero de 2011

Sociedades que envejecen lentamente

DIALOGO CON JULIETA ODDONE, DOCTORA EN ANTROPOLOGIA

El jinete no se siente viejo, nada de eso. Se cree que tiene toda la fuerza de la juventud. Pero sabe que no es cierto. Entonces lo consuela saber que todas las sociedades envejecen como él.

–Cuénteme sobre su proyecto de investigación.
–En Flacso dirijo el área de envejecimiento y sociedad, tema con el que vengo trabajando desde la década del ’70. Es decir que he envejecido con mi objeto de estudio.
–¿Y qué pasa con el envejecimiento en la sociedad? –Siempre hubo viejos en todas las sociedades, por más que la edad de la vejez cambie (ya no son más los 50 años, como hace un tiempo sí lo eran), pero ésta es la primera vez en la historia del mundo en que lo viejo es la sociedad misma.
–Las sociedades están envejeciendo, por lo menos en las sociedades occidentales de los países desarrollados y, diría, subdesarrollados. ¿Y los países como Haití, por ejemplo? –Son más jóvenes, claro. Ellos todavía tienen pirámide de población; nosotros tenemos rectángulo de población. Hay sociedades que todavía no son viejas.

miércoles, 9 de febrero de 2011

La Dama de la Torre: capítulo 41

>>Ir al capítulo 40

CAPITULO 41

Por segunda vez atravesaba los portones imperiales de la embajada de Inglaterra. Curiosamente, recordaba muy poco de mi primera visita : apenas un adormecimiento victoriano, un leve barullo moral, una confusión de manchas de Turner, y el canto de un cintillo a través de las cortinas de un jardín.

El inmenso edificio, ahora, parecía desierto, girando, autónomo y solitario, en un mundo vacío de poder. Solo vagaban por él secretarios de bajo rango, asesores de cetrería de Su majestad Británica, camareros y mucamas. El embajador inglés era un maestro de lo provisorio, se mudaba constantemente, y aun la propia embajada estaba sujeta a continuas modificaciones, y soportaba el flagelo de paredes demolidas, y baños permanentemente reestructurados.

Amante de lo geométrico, el embajador practicaba curiosas inversiones, como trasladar salones y habitáculos de la planta baja o cambiar su dormitorio del ala este hacia el oeste del castillo. Quería someter al edificio a una dinámica tal que ridiculizara -y por ende disminuyera- la importancia de lo macroscópico, para restablecer de una vez por todas el reinado de lo pequeño, de las invisibles palpitaciones de los átomos. La lógica joven se maravillaba ante ese desorden aparente que el embajador imponía a lo británico, trasladando armaduras completas, trofeos de la caza del zorro y valiosas colecciones de cuadros de Reynolds a escondites remotos, de donde serían sacados una y otra vez. Era difícil orientarse en medio de esa baraúnda de muebles y de mapas que cambiaban de lugar, y de grupos de obreros que arreglaban caños, haciéndolos pasar por el salón de recepciones, el ala de geopolítica, o de artesanos de la cerámica que arrancaban los complicados azulejos galeses de los dormitorios monumentales y los llevaban al salón de pasos perdidos. Un grupo de escuderos paso al lado nuestro transportando el busto de Su Majestad Portátil , que recibiría su próxima ubicación en el jardín, donde proliferaban los almendros que habían adornado la mansión de Sir Simon de Canterville, y que florecían cada cinco años y todos a la vez.

Al azar de las cuadrillas, me pareció reconocer a alguien que se ocultaba de mi. Era Avelino Andrade, el presidente del sindicato combativo de obreros funerarios. Lo encaré decididamente y le exigí que me llevara a presencia del embajador de Inglaterra.

- No está en la embajada dijo temeroso. Según me dijeron, no vive aquí.

- ¿Y dónde vive?

 Avelino Andrade hizo un gesto de indiferencia. ¿Como puedo saberlo yo? Según oí decir, cambia continuamente de residencia. Y aunque lo supiera, ¿cree usted que se lo diría? Le estoy muy agradecido por haberme ofrecido este puesto de albañil de la embajada, arrancándome de las garras de la desocupación, que, preciso es que lo diga, esta haciendo estragos en el sindicato combativo. Pero señalo a un hombre ensimismado, que parado rígidamente junto a un retrato de Sir Walter Raleigh, parecía el mismo una estatua pregúntele al tercer secretario de la embajada.

Al darme vuelta, lo reconocí. Era el hombre terriblemente pálido que jugaba con el embajador inglés en la sala de billar del Anticuario Mayor. Inmediatamente nos invito a tomar asiento en unas pesadas sillas de anchos espaldares.

- No sé dónde está- dijo el tercer secretario de la embajada Desde la excursión a la finca del Anticuario Mayor, no he vuelto a verlo. Y lo necesito con urgencia, ya que es imprescindible que ponga su firma al pie de un par de documentos ultrasecretos que acaban de llegar del Foreign Officce- se miró las manos con impotencia, constatando que no eran capaces de estampar ninguna firma válida- Dios mío. Uno de los documentos indica iniciar discretas presiones ante el gobierno argentino para que repinte la Torre de los Ingleses, y el otro es un sencillo memorándum sobre la exportación de tasajo. ¡Y estamos atados de pies y manos por la ausencia del embajador! Esto puede ser el fin de la diplomacia imperial.

- Nosotros también necesitamos encontrarlo con urgencia -dije, como si mi urgencia fuese una herramienta indispensable para encontrarlo.

El tercer secretario se retorció los brazos con desesperación y luego me observo inanemente Lamento no poder ayudarlo, pero me traban la sutilezas diplomáticas. El embajador es completamente imprevisible, y eso ha contribuído no poco a complicar las relaciones entre mi país y el suyo. Hubiera deseado que mi respuesta fuera otra, pero dada la rigidez del lenguaje de la política internacional, solo puedo decirles que, por el momento, no vive aquí un tumulto en los portones de la embajada se sumo en forma natural a su discurso. Avelino Andrade vino corriendo hacia nosotros, el mono de albañil desabrochado y ligeramente pálido.

-La policía, señor secretario. Seis coches y una brigada de investigaciones que quieren entrar. Los ebanistas están tratando de inculcarles los principios de la extraterritorialidad, pero ellos no lo quieren aceptar.

El tercer secretario de la embajada se levantó No les deseo mi puesto nos dijo a nosotros*,que también saltamos como resortes, alarmados, mientras la lógica joven movía los brazos como tablas de surf pero el embajador inglés tiene la costumbre permanente de dejar que la policía argentina entre en la embajada como si se tratara de una plaza. Incluso los invita a entrar cuando ellos no tienen ninguna necesidad ni interés de hacerlo. Por favor indicó a Avelino Andrade que los herreros y los almenistas los contengan por un rato mientras los señores huyen el rostro del tercer secretario denotaba un cansancio profundo, pero no por ello fingido.

-Vengan nos –dijo. Desgraciadamente, un diplomático imperial debe pensar en todo. Exige una universalidad de la que muchas veces no me siento capaz. y nos condujo a través de habitaciones desvencijadas, que la lógica joven cruzó con pánico, hasta un portón vidriera que comunicaba con el jardín .

-En el muro del fondo hay una puerta disimulada nos dijo Enseguida la van a ver. Por allí podrán huir sin problemas, ya que la policía jamás rodearía por completo la embajada. Pese a la esfericidad de su jefe, el círculo les resulta completamente ajeno.

Cruzamos el jardín con sigilo, rozando las ramas de los almendros, dispuestos en filas como en un jardín francés. Las hojas susurraban al viento de nuestros pasos. El busto de la reina había sido colocado sobre una pequeña pirámide de terracota. La puerta secreta estaba en el centro del muro que cerraba el jardín, pintada con los colores de la bandera inglesa. Mientras la abríamos, hacia una dudosa y desordenada libertad, un cintillo canto melancólicamente desde el hombro de Su Majestad Portátil.

>>Ir al capítulo 42

lunes, 7 de febrero de 2011

La extraña mujer

La mujer entró de costado en La Orquídea, porque de frente no pasaba por ninguna de las puertas que un paciente y anónimo artista estaba fileteando cuidadosamente y casi arranca un rugido de admiración: debía pesar unos doscientos kilos y no mediría más de uno cincuenta; hizo falta juntar tres sillas para sostener su enorme peso y su pavoroso volumen y, aun así, las sillas crujieron, quejándose como sólo sabe hacerlo la madera. Y fijó su vista fijamente en el gran espejo, que tembló como si fuera a partirse.

Como La Orquídea es propensa a la confesión y al relato de las heridas de una vida, en general demasiado desdichada para los humanos, empezó a contarnos su historia. Curiosamente su voz era suave, aguda y perfectamente modulada en un trino, como cuando en la orquesta callan los instrumentos de viento y quedan sólo los violines.

“Curiosamente –dijo– ustedes pensarán que soy gorda o más bien obesa, pero no es así, o por lo menos no siempre fue así –era difícil de creer, pero todos le creímos, porque La Orquídea es propensa a lo maravilloso y lo extravagante–. Tampoco puedo decir que recién salí del armario, porque nunca encontré un armario capaz de esconderme –asentimiento general– y fui diferente, me encantaban las hamacas, los caños desde donde una podía colgarse. Naturalmente, todo el mundo se reía de mí cuando me movía a los saltitos, o cuando para llorar ocultaba mis ojos con el brazo. Lo cierto es que, a pesar de la corrección política imperante, que imponía desestimar la diferencia, pasé mi vida de médico en médico, desde los ortodoxos que intentaron matarme de hambre hasta los híper heterodoxos que probaron sobre mi cuerpo toda clase de remedios y variantes: todos los tipos de chocolate, frituras al por mayor, tortas de crema, pero no adelgazaba: todo lo que conseguí fue bajar cien gramos. De repente se me ocurrió que quizás el mío no era un problema médico y empecé a probar a tontas y a locas con todas las profesiones –dijo moviéndose con aflicción y haciendo temblar el edificio–. Y bueno, allí empezó otro periplo de un tipo completamente distinto: consulté a un agente inmobiliario, a un especialista en alta costura, matemáticos, futbolistas, funcionarios de distinto calibre. ¿Sería yo una extraterrestre? Ya saben, cuando una está desesperada piensa cualquier cosa.”

–¿Pero le dio algún resultado? –preguntó Dora extrañada–. Porque no logro entender cómo un agente inmobiliario puede hacer adelgazar, a menos que haya tratado de introducirla a la fuerza en un departamento minúsculo de los que hay ahora.

–Efectivamente –gorjeó la mujer–, conseguí bajar aún menos que con los médicos: diez gramos con cincuenta.

–¿Y entonces? –preguntó César, que es físico y calculaba la enorme cantidad de energía que desplazaba la mujer y la comparaba desfavorablemente con la de un transatlántico.

–Y entonces fui a ver a la versión local de House –supongo que todos conocen la serie, donde uno entra con un poco de tos y sale con un cáncer terminal–. Los ayudantes de House quisieron operarme de inmediato, cortando todas las extremidades, pero felizmente House actuó a tiempo, y después de mirar todos los análisis cuidadosamente, me dijo: “Lo suyo no tiene nada que ver con la medicina”.

–¿Y entonces?

–Y entonces, volví con un biólogo, que me hizo los análisis respectivos, y me dijo finalmente: ¿sabe lo que pasa?

–¿Qué pasa?

–Cuchichearon un poco y después me hablaron de frente: Pasa que en realidad usted es un ave.

–Una avecilla –dijo House.

A pesar de la corrección política, casi casi La Orquídea estalla en una carcajada: un hipopótamo, un mamut, eso sí podía ser. Pero ¡un ave! E instantáneamente la clasificaron como un ser delirante que había transformado su gordura infinita –casi como la del personaje de García Márquez a la que llamaban La Elefanta y que sostuvo un torneo de comida con Aureliano Segundo– en un delirio sistematizado, y perdieron todo interés en ella.

Pero entonces la mujer se puso completamente colorada, las columnas se bambolearon y se sintió un estruendo parecido al que producen las nubes de tormenta cuando están por generar un rayo. Ella se levantó y todos nos acercamos a mirar.

La mujer había puesto un huevo.

Un huevo grande, sólido, un huevo de cóndor, de pájaro Rock, de pterodáctilo, aquel dinosaurio volador que se extinguió hace ya millones de años.

Y ante ese espectáculo, se hizo el silencio. Todos nos quedamos a la expectativa, y nos dimos cuenta de que necesitábamos hacer algo. ¿Cocinarlo y comerlo, con el riesgo de que la mujer se enfureciera? ¿Empollarlo?

Finalmente a uno de los mozos, que como se llamaba Jorge siempre tenía ideas extraordinarias y entendía del tema porque había trabajado en una granja avícola, se le ocurrió exponer el huevo debajo del vapor de la máquina de hacer café, para asegurar un empollamiento rápido, y efectivamente, poco a poco, el huevo empezó a resquebrajarse. ¿Qué saldría de allí?

Estábamos todos tan concentrados que nadie se dio cuenta de que la mujer extendió sus alas, atravesó los vidrios haciendo trizas el cuidadoso fileteado y salió volando por la ventana, describió un gran círculo y se perdió entre una bandada de palomas.

jueves, 3 de febrero de 2011

Epilepsia, la "enfermedad sagrada"

DIALOGO CON MARCELO KAUFFMAN, MEDICO NEUROLOGO, DOCTOR EN MEDICINA, INVESTIGADOR DEL CONICET
El calor del verano afiebra al Jinete Hipotético casi hasta el desmayo, pero por suerte no ha experimentado ningún ataque convulsivo. Con un poco de impresión, el Jinete se entrega una vez más al rastreo de las enfermedades congénitas, particularmente, la epilepsia.

–La epilepsia es buena para el verano. Y eso es lo que hace usted, ¿no es cierto?
–Bueno, mi proyecto de investigación es la búsqueda de factores genéticos en una forma especial de epilepsia.
–A ver... quiero decirle que la epilepsia me impresiona. Por más que me haga acordar a Dostoievsky. –Bueno, no se ponga así. La epilepsia no es otra cosa que la repetición en el tiempo de ataques convulsivos, y hay distintas causas que pueden provocarla. Una de ellas es la genética: aproximadamente un 50 por ciento de las epilepsias tienen factores genéticos involucrados.
–¿Y eso se sabe o se supone? –La mayoría de las enfermedades que circulan en la sociedad tienen factores genéticos de predisposición y algunos de ellos comienzan a ser identificados.

martes, 1 de febrero de 2011

Macriópolis

La ciencia es un arma cargada de futuro
Casi Gabriel Zelaya
(¿Habrá oído alguna vez este verso
nuestro jefe de Gobierno?)
Con bigote por Barba recortado
Con la piel de un dinosaurio ya extinguido
Macri viene como un nuevo invertebrado
Desgranando su discurso perimido
El querría a Tolomeo y Torquemada
Vivir la ciudad plana y medieval
Balbuceando ante cualquier inconveniente
Que la única solución es la integral.
Así le habló el payador
a toda la concurrencia
cuando empezó a recitar
sobre el macrismo, y la ciencia
Tecnópolis, la ignorancia
Y un bigote recortado
Por mandato de una barba
Que es sólo cartón pintado.
La ciencia, el conjunto de ella, es una parte de la cultura, una parte central, una herramienta del desarrollo, uno de los componentes de la belleza. Cuando dirigíamos el Planetario de la Ciudad, nuestro esfuerzo principal justamente, consistía en poner los recursos de cara a la ciudad; en gran medida lo conseguimos. Llevamos el Planetario a quienes no podían acceder a él (cárceles, hospitales, villas); pero esto que hacíamos tenía una clara raíz ideológica: la ciencia y la cultura son bienes sociales porque toda la sociedad participa de una manera u otra en ellas.
La ciencia y la cultura no se hacen (o por lo menos no se hacen solamente) en los laboratorios, sino en las calles, en los cafés: es un espectáculo social, construido a través de millares de conversaciones, a través de lo que la sociedad inventa, siente y piensa. Y justamente, es lo que el Gobierno se propuso al imaginarse una megamuestra grandiosa, donde todos los elementos estén integrados, y donde brille el pensamiento construido en doscientos años difíciles.
La ciencia en que creyó Moreno, la ciencia por la que luchó Belgrano, la ciencia corajuda de Ameghino, la ciencia que llevó al Premio Nobel a Houssay, a Leloir y a Milstein, sin olvidar que avanzó a los tropezones: la dictadura genocida que lleva en sus listas una buena lista de científicos y la memoria de aquella noche de los bastones largos... (¿Cómo le va a gustar ese ejercicio de memoria a Macri si él estaba del lado de los palos?).
Tratamos de hacerlo, en pequeño, en el Planetario, tratamos de hacerlo como pudimos con “Buenos Aires piensa”, llevar la ciencia y la cultura a la sociedad, recuperando culturas originarias, imaginando un cielo mítico de Buenos Aires, con constelaciones como la de las Madres de Plaza de Mayo, Gardel, Hou-ssay, a la que podríamos agregar ahora la constelación de la ignorancia, que extiende por la ciudad un universo tinelliano: la cultura y la ciencia deben quedar de la General Paz para fuera, en un acceso de tos convulsa federal.
En un momento en que justamente el gobierno nacional apoya masivamente a la ciencia, y no sólo creando un Ministerio, sino repatriando científicos que debieron exiliarse por múltiples razones, aumentando el presupuesto científico y proyectando Tecnópolis, para que doscientos años de ciencia repitan el éxito de la muestra del Bicentenario, y que Macri echó de la ciudad para fuera, para Villa Martelli, donde el Gobierno, respondiéndole, decidió que fuera permanente, y seguramente itinerante, ya que las provincias se están preparando para pedirla.
¿Y cuáles son los motivos de esa expulsión? ¡Adivina adivinador! ¡Las complicaciones con el tránsito!
No deberíamos sorprendernos, ya que Macri tiene, y siempre tuvo, por lo visto, vocación de semáforo (y su discurso integral desde ya sólo es capaz de emitir tres letras: rojo, amarillo, verde, que repiten como loros su pandilla de postes pro). Al fin y al cabo, la ideología PRO no es más que eso.
También puede ser que, como a Berlusconi, lo asuste la evolución. Pero no nos engañemos, tiene vocación de semáforo, sí, tiene miedo de la evolución, sí, pero lo que le da miedo es pensar.
Pensar, que es lo que esta megamuestra representa. Porque Macri tiene miedo. Le tiene miedo a la cultura, a esa cultura científica que dinamiza la sociedad, que la construye como sociedad civil, y a un semáforo le horrorizan los piquetes (sí, porque los piquetes también son una forma de pensamiento y una de las organizaciones que la sociedad se da a sí misma), y pensar, para usar las palabras de nuestro semáforo gobernante, es un proceso integral. ¿Cómo no va a tener miedo? ¿Cómo no va a echar integralmente a Tecnópolis fuera de los límites de una ciudad?
¿Cómo no va a cometer la estupidez histórica de asociar su nombre a la interrupción de un logro de toda la sociedad, que le da miedo en forma integral? ¿Cómo no le va a gustar que su nombre quede asociado al rechazo por la cultura, como un Onganía pequeño y miserable en forma y fondo? Cómo no va a aferrarse a la ignorancia y el oscurantismo. Si una y otro son integrales y le salen tan bien.