viernes, 6 de mayo de 2011

La Dama de la Torre: Capítulo Final

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Para todos aquellos entusiastas y temerarios que hayan llegado hasta este punto de no retorno va dedicado el último capítulo de La Dama de la Torre y su Epílogo.


CAPITULO 47

-Debí darme cuenta desde un principio-, dijo el Comisario Inspector.-Cuando encontré los best-sellers mezclados con los libros de filosofía. Pero desgraciadamente, la lógica de los hechos difiere del funcionamiento de la imaginación y se concatena de manera distinta. Que los lógicos de SOLOG leyeran La Dama de la Torre podía parecer una curiosidad, que usted lo estuviera traduciendo podía ser una coincidencia, pero que los copistas del Anticuario Mayor la pasaran a palimsestos adquiría el volumen de lo evidente.

-Lo evidente es siempre fatal, comentó el embajador de Inglaterra, llevándose a la boca un puñado de trufas de una manera muy poco inglesa -la realidad no se cansa de demostrarlo.

-La continuidad de La Dama de la Torre establecía una conexión. Pero las conexiones, como ustedes saben, son formas inertes, vacuas, que se rellenan según las conveniencias del caso. La existencia misma de los géneros literarios descansa sobre este hecho singular, que sostiene, es preciso decirlo, todo el edificio de la literatura.

- ¿Y bien?

- Y bien nada -dijo el comisario inspector, ante el asentimiento de todos y mi completa estupefacción.- Detrás del problema de los ataúdes, como detrás de todo asunto, y según lo describió genialmente Marx, solo hay una vulgar maniobra comercial un puro artificio especulativo, un caso elemental de chantaje a la sociedad: guardar los ataúdes, almacenados para venderlos mas caros. Sir Antony Parsons, que parece dormitar tan asiduamente a lo largo de esta intriga podría decirnos algo más al respecto.

Sir Antony Parsons abrió un ojo lentamente y se paró, luego volvió a sentarse y amodorrarse. En realidad, para los fines de la novela, no había hecho sino cambiar de lugar.

- ¿Eso era todo? ¿Simple especulación? dije Pero y entonces quién asesinaba a los lógicos?

- Ah -dijo el comisario inspector- creo que ahí radica el quid de la cuestión, siempre suponiendo que haya una cuestión, y que sea necesario ponerle un quid.

- Una cuestión sin un quid carece de sentido- apuntó el embajador de Inglaterra Cuando los filósofos se den cuenta de que deben abandonar las cuestiones para concentrarse en los quids, habrán dado un inmenso paso hacia adelante.

- Y sin entrar a discutir el problema de la evolución de las especies, dijo el Director del Departamento de Matemáticas Ahí también hay un quid que nadie ha descubierto. Todo el mundo se maravilla de que las ostras, después de algunos millones de años, terminen convirtiéndose en caléndulas. ¿Pero dónde está el quid?

-En lo microscópico- dijo el embajador inglés-. En lo microscópico está el quid de todo.

-Tal vez tenga razón dijo tristemente el Director del Departamento de Matemáticas pero la desgraciada verdad es que hoy la filosofía lo ha invadido todo. Uno ya no puede desarrollar sus investigaciones en paz, sin tener a su lado un comisario filosófico que trata de someter a una ciencia pacifica como la biología, a las necesidades de la lógica formal. Han llegado a objetar la noción de ciervo, con el argumento de que pertenece a un paradigma del pasado. Han negado la noción de pez, basándose en odiosas teorías antiplatónicas. Han ridiculizado la noción de planta, acusándola de ser una definición difusa. Han rechazado a Darwin diciendo que era solo una expresión de la chochera decimonónica. Me han acorralado: sin ciervos, ni peces, ni plantas, ni Darwin,  qué queda de la biología?

-Las células y los movimientos -contesto sin inmutarse el embajador inglés-. Si hay algo que la filosofía y la lógica no se atreverán jamás a atacar, son las células y los movimientos, ese desarrollo ondulatorio –“¿Por que ondulatorio?”, pregunto Avelino Andrade, sin que el embajador inglés se molestara en contestarle- que lleva a los ácidos nucleicos, como usted decía, después de unos pocos millones de años, a transformarse en ostras, en fucsias, o en ciervos.

- ¡Pero si los ciervos han sido desterrados! se lamento el anciano biólogo  La anarquía filosófica ha llegado hasta tal punto, que ya no se permiten los ciervos.

-Porque usted los muestra como sistemas -contestó con perfecta tranquilidad el embajador de Inglaterra, mientras saboreaba un nuevo puñado de trufas-. Describa usted sus ciervos y sus especies como simples conglomerados de moléculas, y ya verá como los comisarios filosóficos dejan de molestarlo.

El giro de la discusión empezaba a fastidiarme. ¿Y el quid de esto? pregunté ¿Y los lógicos? ¿Quién asesinaba a los lógicos?

-Ah -dijo el comisario inspector- ¿Quién asesinaba a los lógicos? El Jefe de Policía, por supuesto. Y a la vista de todos.

Nos dimos vuelta hacia él. Se había puesto colorado como una amapola y se había arrimado a una pared. Viéndolo así, parecía insignificante, indefenso. Nadie lo hubiera creído capaz de asesinar a tantos lógicos.

-Y mucho más -dijo el comisario inspector-. El Jefe de Policía y Sir Antony Parsons trabajaron en equipo desde el momento en que se encontraron y comprendieron que tenían un único y mismo enemigo: el terrible Bairoletto. Pero mientras Sir Antony Parsons quería recuperar a la Dama de la Torre, y con ese objetivo fraguó toda esta historia de los ataúdes para desorganizar la memoria y obligarla a emerger, apoderarse de ella y detener para siempre esa sucesión infinita de huidas y encuentros, el Jefe de Policía tenia miras mas altas. El aspiraba a operar una revolución completa en la metafísica, alterando el statu quo de las cosas en si. Quiso destruir todo aquello que fuera continuo, en beneficio de lo puntual, de lo no relacionado, que nutre el universo policial e infantil. La falta de ataúdes, más allá de los beneficios monetarios que reportara y que sin duda compartió con Sir Antony Parsons, le era útil para romper la unidad de la memoria. La desaparición de los lógicos le era esencial para romper las cadenas de la causalidad que unifican y dan sentido a lo cotidiano, y que, retrospectivamente, conforman la historia. De esta manera, lograría imponer la anécdota, y con ello, podría hacer lo que nadie ha logrado aun, interrumpir...

Entonces se levantó el Anticuario Mayor. Erguido, encaramado sobre si mismo, su figura encarnaba lo real. Con la punta de su bastón de plata señaló acusatoriamente al Jefe de Policía, y por las hebras de la madera corrió el imperceptible estremecimiento del delito. La voz del Comisario Inspector se extinguió lentamente, como una sonata que retrocede ante la prepotencia de la opera. La cadencia de su voz recomponía los nexos entre cosas incausadas, restableciendo el fluir del mundo de las antigüedades, el invisible hilo que genera el azar y por donde se cuela, para luego instaurarse y abarcarlo todo, la novela.


"Usted quiso interrumpir el proceso de reconstrucción de la memoria.
"Usted quiso instaurar el reino de lo fugaz.
"Usted logró desorganizar el mercado de antigüedades, que es la garantía de la "historia”.
"Usted quiso destruir la historia, sumir al delito en la inoperancia.
“Usted quiso terminar con la saga, que no es sino el permanente suceder, estableciendo redes, fragmentos, experimentos, "cuadriculados, excluyendo sucesos por obra y gracia de su divina voluntad.
"Usted quiso reducir la realidad a fragmentos dispersos, para después ordenarlos según su capricho, y dar un fundamento metafísico a su arbitrariedad.
"Usted interrumpió el desarrollo de los géneros literarios y los obligó a luchar entre sí.
"En suma: USTED QUISO DETENER EL FLUIR DE LA NOVELA. "


El Jefe de Policía se había acurrucado en una de las blandas esquinas del refugio, hecho un ovillo. Maternalmente,el comisario inspector lo esposo.

- ¿Y entonces? –pregunté-. ¿Nos vamos a quedar sin saber el final de La Dama de la Torre?

-No sea ingenuo. Lo sabremos, aunque solo en parte, ya que La Dama de la Torre, como usted habrá comprendido, no puede tener un final -dijo el comisario inspector volviéndose hacia la lógica joven Milady-. ¿Puede usted decirnos lo que va a ocurrir a continuación?

La lógica joven vaciló. En realidad, vibraba. Eran dos tramas superpuestas, dos géneros literarios, que luchaban por apoderarse de lo real. ¿Cuál de las dos sucedería? Finalmente, Lady Chevesley retrocedió hasta el subterráneo y empezó a internarse lentamente por él.

- Me lo temía -dijo el comisario inspector-. Verdaderamente me lo temía.

Como un rayo, Sir Antony Parsons despertó y se lanzó tras ella.

Me di vuelta hacia el Anticuario Mayor. -Hay una cosa que querría preguntarle -dije.

Pero el Anticuario Mayor permaneció inmóvil, secreto, impenetrable. Apenas se bamboleo un poco, como un péndulo. Miré hacia el túnel, y alcance a ver la amada silueta de la lógica joven,que desaparecía para siempre en un recodo, y tras ella, a Sir Antony Parsons, que se perdió en la oscuridad. No había una razón concreta que justificara esa persecución.

Simplemente, sucedía.









EPILOGO

Estábamos de nuevo en la calle Bulnes. El comisario inspector subió al Jefe de Policía al patrullero, y lo despachó hacia su destino. Yo todavía refunfuñaba.

- ¿Por qué se enoja?- me preguntó.

- Porque hay cosas que me quedé sin saber.

- En efecto, hay cosas que no sabremos nunca. Una de ellas es cómo hicieron para meter el helicóptero adentro de ese túnel.

- Sí, pero además, el Anticuario Mayor no se dignó contestarme, y por lo tanto no me quiso revelar un misterio que, para mí, quedó en misterio.

- ¿Cuál?

- Hay un personaje cuyo destino final no conocemos, y yo, justamente...

El comisario inspector empezó a reírse.-Si es por eso, no se preocupe. Aunque, como usted dice, no haya obtenido respuesta. ¡El Anticuario Mayor! ¿No se dio cuenta de que ha tenido el raro privilegio de estar en presencia del mismísimo y terrible Bairoletto?

             FIN

1 comentarios:

Álvaro Quintana dijo...

Hola, estupendo blog!

He realizado un pequeño post sobre música y enlazo tu entrada sobre Glenn Gould:

http://espitolas.blogspot.com/2011/05/regalo-musical-para-los-lectores-de.html

Gracias y un abrazo!