viernes, 30 de marzo de 2012

Dinosaurio arrabalero (tango)



Dinosaurio arrabalero
que me querés torturar
espantándome a la mina
cuando la empiezo a apretar

Extinguíte de una vez
o volvéte al arrabal
y si le huís al suburbio
quedáte en La Paternal

Pero no vengas al centro
no vuelvas a aparecer
que en Corrientes y Esmeralda
no tenés nada que hacer.

Tiranosaurio marica,
error de la evolución,
que aunque marchás en dos patas
no sabés usar facón

Vas a ver cuando te enfrentes
a un malevo de verdá
te va extinguir de un puntazo
pa toda la eternidá

te va a mandar al museo
y encerrau en la vitrina
vas a mirar con envidia
como chamuyo a la mina.

viernes, 23 de marzo de 2012

Neuronas, alcohol, marihuana, embarazos

 DIALOGO CON ALICIA BRUSCO, DOCTORA EN BIOQUIMICA, INVESTIGADORA DEL CONICET


El consumo del alcohol y otras sustancias, como la marihuana, durante el embarazo puede traer malas consecuencias. Aquí, el Jinete se entera de los cambios que se producen en el sistema nervioso y las relaciones neurogliales.

Usted es la directora del Instituto de Biología Celular y Neurociencia de la Facultad de Medicina de la UBA.
–Así es.
Y yo soy un Jinete Hipotético.
–Sí, se ve.
Bueno, me alegro. Cuénteme lo que hace aquí.
–A ver... Le cuento en resumidas cuentas. Toda mi vida trabajé en el sistema nervioso, básicamente en la parte morfológica. Cuando me incorporé al instituto, la parte de morfología, estudio a nivel de microscopía óptica y electrónica, fue la base de todo, y estudié las relaciones neurogliales...
¿Neurogliales?
–Son las relaciones que establecen las neuronas con células de la glía. La glía son los tipos celulares que están en el sistema nervioso, que junto con las neuronas componen el parénquima fundamental del sistema nervioso. En general, se habla de las neuronas y las sinapsis, pero la glía tiene mucho que ver. Entonces siempre estudié esas relaciones y dentro de las neuronas estudié el sistema serotoninérgico.
¿Qué tipo de células son las células de la glía?
–Hay de varios tipos. Yo me dedico fundamentalmente al estudio de las relaciones entre las neuronas y la astroglía (o astrocitos). Son células que preservan el medio ambiente y dan la estructura para que las neuronas puedan funcionar e interconectarse unas con otras. Los sistemas neurotransmisores tienen que estar en un equilibrio determinado. Cuando hay algo externo que lo altera, no sólo se alteran las neuronas sino que también se alteran las células de la glía respondiendo a esa injuria. Desde hace diez años, entonces, estamos estudiando con mi grupo el alcoholismo materno-fetal. Nosotros lo que hacemos es desarrollar un modelo en ratas, que ya está ampliamente estandarizado en la bibliografía, pero hay cosas que todavía falta analizar. Entonces nosotros tenemos ratitas a las que exponemos a alcohol. A las madres las mantenemos en una alcoholemia baja y vemos qué le pasa a la cría. La cría tiene alteraciones que condicen, de alguna manera, con lo que uno ve en la clínica médica que les ocurre a los hijos de madres alcohólicas. La idea es tratar de desentrañar los mecanismos por los cuales el alcohol actúa sobre las neuronas y sobre la glía produciendo esas alteraciones, para ver si uno puede revertir ese daño.
¿Cómo actúa el alcohol sobre las neuronas?
–Por ahora lo que encontramos son alteraciones muy importantes a nivel de la morfología neuronal. La neurona tiene un cuerpo determinado que, si se altera, modifica las funciones. Hay una importante alteración del citoesqueleto. En el mundo actual, la juventud está tomando alcohol con bastante asiduidad y no se tienen en cuenta las consecuencias. Nosotros tenemos un estudio que hicimos en ratas adolescentes. Les dimos alcohol durante seis semanas y después les dejamos un período de abstinencia. Las ratas con alcohol bajo se la bancan bien, no tienen alteraciones mayores del comportamiento. Uno ve que si la deja, después de las seis semanas con alcohol, diez semanas sin, la rata puede revertir muchas de las alteraciones morfológicas que nosotros señalamos. Salvo en corteza cerebral, donde las neuronas siguen alteradas. Eso debe tener que ver con algunas alteraciones cognitivas que tiene el alcohólico que se recuperó.
¿Y cuando la alcoholemia es alta?
–Todo se complica más, porque hay una intoxicación. Nosotros no estamos intoxicando, estamos produciendo un efecto tóxico suave. Ahora estamos trabajando en el desarrollo embrionario para ver cómo migran... A ver, antes tengo que decirle esto. Nosotros tenemos una corteza cerebral que está estratificada, en la cual las neuronas tienen que estar en determinado lugar, con determinadas conexiones con el entorno. Durante el desarrollo prenatal esa estratificación cortical se ve alterada y, del mismo modo, se ve alterada la migración neuronal. Entonces estamos estudiando esos efectos que ocurren a nivel de sistema nervioso.
¿Y es muy grave la situación de alcoholemia de las mujeres embarazadas?
–Yo creo que no hay todavía un gran estudio epidemiológico que nos provea esos datos. Pero de todas maneras, está muy documentado. El síndrome alcohólico fetal está bien estudiado desde hace más de un siglo. Y se ve de todo: si la alcoholemia es alta se puede producir incluso un aborto, o crías con problemas cráneofaciales importantes, desarrollo del sistema nervioso central muy disminuido (con lo cual se ven niños con retraso mental, epilepsia). Hay toda una gama de alteraciones que produce el alcoholismo materno, que van desde algo que puede pasar inadvertido (como, por ejemplo, problemas de conducta) hasta, como le decía, otras alteraciones graves.
Cuando habla de alcoholismo, ¿a qué se refiere? ¿Una mujer embarazada no puede tomar un vaso de cerveza?
–La verdad es que no es aconsejable. Yo la parte clínica no la manejo en profundidad, pero habría que tratar de que, si toma, tome lo menos posible. Y hay determinados períodos críticos del desarrollo embrionario que son cruciales para el desarrollo. En la rata la gestación dura 21 días más una semana posnatal...
¿Por qué?
–Cuando nace todavía no tiene el sistema nervioso maduro. La primera semana de vida en la rata es equivalente al tercer trimestre de gestación de los hombres. Todo esto iba a que depende del período de la gestación el daño que produzca el alcohol.
–Es alarmante lo que me cuenta. –Sí, lo es. Lo más alarmante sin dudas son las chicas que no se cuidan, que pueden quedar embarazadas sin saberlo, que dos o tres veces por semana toman alcohol en muy grandes cantidades. Eso es lo más complicado. Concientizar a las chicas es una tarea fundamental.
¿Qué más quiere contarme?
–Bueno, la otra línea en la que trabajo es con el sistema canabinoide. El sistema canabinoide es aquel en el sistema nervioso central sobre el que actúan los efectos trópicos de la marihuana. Lo que estamos analizando, justamente, es qué pasa si durante el desarrollo embrionario tratamos a la madre con una sustancia sintética agonista de los receptores canabinoides que hay en el sistema nervioso central.
O sea, una sustancia que va a ir a parar a esos receptores canabinoides.
–Exacto. Que va a ir adonde va la marihuana. Ahí vemos que durante el desarrollo embrionario los efectos no son tan drásticos como con el alcohol, pero que hay alteraciones en la migración neuronal, en la ubicación de neuronas en corteza, y eso también tendría que ver con alteraciones que se observan en hijos de madres consumidoras de marihuana. Como la marihuana, por otro lado, según algunos postulan, podría tener algunos efectos neuroprotectores, estamos desarrollando con una becaria un modelo de “stroke” (producimos una hipoxia cerebral) y analizamos si agonistas o antagonistas de canabinoides podrían tener efectos sobre la reparación.
¿Y tienen?
–Estamos en una etapa muy preliminar, pero estamos obteniendo resultados alentadores.
¿Tiene efectos reparadores?
–Podría tenerlos, sí. Lo cual no quiere decir que uno tenga que fumarse diez porros por día. Además hay que tener cuidado, porque yo estoy trabajando con un agonista en particular, pero hay muchas sustancias diferentes. La marihuana, de hecho, tiene un montón de sustancias y algunas de ellas muy nocivas. Ojo, entonces, que la cosa no es tan llana y transparente. Lo que tratamos de hacer nosotros, entonces, es desarrollar modelos con sustancias que pudieran tener algún efecto neuroprotector frente a alguna injuria. En una colaboración, por ejemplo, producimos una falta de oxígeno en la célula. Y vemos que administrándole a la rata un agonista de receptor canabinoide se producen efectos reparadores en la conducta motora y en la estructura de la zona lesionada.

martes, 20 de marzo de 2012

Las aventuras del Jinete



AVENTURAS DE UN JINETE
HIPOTETICO: UN VIAJE APASIONANTE AL REINO DEL CONOCIMIENTO
Leonardo Moledo y Nicolás Olszevicki
Capital Intelectual

Por Ezequiel Acuña
En una de las últimas entrevistas del libro, el Jinete Hipotético se encuentra con François Dosse, historiador francés, con quien conversa sobre la figura del intelectual y su rol en la sociedad. Allí, Dosse sostiene que hoy el intelectual se enfrenta a la parcelación del saber y que entonces, afirma, está a mitad de camino entre el laboratorio y la divulgación, y debe “tratar de aclarar las cosas que están pasando, pero no desde una posición elevada sino desde una posición más modesta, la de un individuo que está a la escucha del laboratorio de los sentimientos y que lo traduce de tal manera que sea inteligible”. Qué otra cosa es el Jinete Hipotético sino ese intelectual a caballo, entre la ciencia dura y la comunicación. Quienes lo conozcan ya tendrán una clara idea de sus aventuras, todos los miércoles en la sección de Ciencia de este diario, Página/12. Para los que no, es una buena oportunidad.
Aventuras de un Jinete Hipotético recopila diecisiete diálogos con científicos dedicados a la investigación en el área de las ciencias sociales. El recorrido trazado por los autores (y recopiladores de los papeles que dan cuenta de las aventuras de este caballero hipotético, que dejó abandonados en el café La Orquídea) es un recorrido intrigante y ameno.
Nicolás Olszevicki y Leonardo Moledo eligieron, para el inicio, dos entrevistas sobre el país y su gente. Y funcionan como una apertura en un doble sentido, porque abren el libro y porque abren la sensibilidad del lector a escuchar investigaciones y resultados que probablemente vayan en contra del sentido común. Así, las dos primeras aventuras derriban dos mitos argentinos: que nuestro país es el país de las praderas y las vacas y que los argentinos somos todos descendientes de los barcos. Por un lado, la geógrafa Elena Abraham explica que el 75 por ciento de la Argentina tiene condiciones de sequedad, es decir, que es un país de “tierras secas” a pesar de lo que Lugones y Darío puedan haber cantado a los ganados y las mieses. Por el otro, el biólogo Daniel Corach, que se dedica a analizar genética de poblaciones, le revela al Jinete que el 60 por ciento de los habitantes de este país tenemos antecedentes amerindios.
Las entrevistas del Jinete son variopintas y van trazando un mapa de nuestro país y de las investigaciones sociales sobre la Argentina. A la curiosa apertura le sigue un capítulo dedicado a los tiempos remotos. Allí, el Jinete Hipotético investiga el poblamiento de América y la vida de las poblaciones más antiguas de la región, cabalga de norte a sur del país, desde los asentamientos diaguitas hasta los onas. En Tierra del Fuego tiene una interesante conversación sobre el arte mobiliario, las lanzas y artefactos de los canoeros de pueblos de hace 6 mil años. Del más remoto pasado, el Jinete salta al presente con un par de diálogos sobre los pueblos originarios hoy. Primero, con Pablo Wright, sobre los qom y la relación entre las tradiciones milenarias y las políticas estatales modernas. En segundo lugar, Juan Carlos Radovich y Alejandro Balazote responden sobre cómo viven los mapuches hoy en día, su integración en los pueblos y ciudades, y la recuperación y conservación de su cultura. Y después sostiene una discusión amigable con Ana Carolina Hetch sobre las lenguas del país y la necesidad o no de conservarlas, las necesidades identitarias, los intereses políticos de defenderlas, y la adaptación del hombre a los cambios de la lengua, que es siempre variación (la verdad es que el Jinete aquí se luce).
Después de los pueblos originarios, el Jinete, que a pesar de ser Hipotético se preocupa por la gente de carne y hueso, sigue derribando mitos argentinos y divulgando investigaciones históricas. En una entrevista le revelan que en el siglo XIX abundaban los pequeños y medianos productores rurales y que los famosos gauchos, supuestos centros de la vida rural sin ligaduras familiares, son personajes construidos y míticos; en otra le confiesan que en Buenos Aires hay una gran población de afrodescendientes, afroargentinos, aunque no parezca. Luego siguen los inmigrantes y las fronteras, el desarrollo de las elites en el proceso de modernización, el evangelismo y las religiones en el país, su interacción con el Estado y la sociedad, y el ya citado sobre los intelectuales. Además, el Jinete Hipotético se da el gusto de conversar con Ernesto Laclau sobre populismo, sus límites y alcances, su formación y beneficios.
El viaje del Jinete es largo e intenso y no puede evitar esperar que las aventuras de este caballero hipotético continúen.

jueves, 15 de marzo de 2012

Psicoanálisis y neurobiología

  DIALOGO CON SERGIO RODRIGUEZ, PSICOANALISTA, Y ROBERTO ROSLER, NEUROCIRUJANO



Un grupo integrado por psicoanalistas y neurobiólogos encara un proyecto de comparación entre las distintas metodologías de tratamiento (psicoterapia y psicofarmacología), empezando por la depresión.

Cuénteme en qué consiste el proyecto.
Sergio Rodríguez: –Un grupo de psicoanalistas, con la colaboración de un neurólogo y un psiquiatra reconocidos en la Argentina, empezamos a trabajar en un seminario los cruces entre psicoanálisis y neurobiología. Partíamos de la base de que iba a haber lugares de encuentro y lugares de desencuentro. En medio de eso conocimos a Roberto Rosler y nos fuimos metiendo cada vez más en el tema. Tenemos ahora la idea de profundizar esa investigación. En ese sentido, tenemos la idea básica de hacer un estudio comparativo entre pacientes deprimidos neuróticos para poder comparar los efectos de tratamientos llevados adelante sólo con psicofármacos con otros llevados adelante sólo con psicoanálisis y con algunos en que el tratamiento sea mixto. Ese es el punto en el que estamos ahora.
–¿Y qué es lo que quieren averiguar, desde el punto de vista de la neurobiología? Roberto Rosler: Lo interesante desde el punto de vista neurobiológico sería poder comprobar que el efecto de un psicofármaco se equipara con el efecto de los tratamientos por la palabra; o sea, que los cambios que se producen a nivel neuronal por un comprimido pueden lograrse con un tratamiento psicológico (con la enorme diferencia de que el tratamiento por la palabra tiene muchos menos efectos colaterales). Si lo pensamos bien, ésta no es una idea muy moderna ni muy descabellada. Porque, en definitiva, ¿qué es la educación en sí misma? El educador todos los días está modificando el sistema nervioso central de sus alumnos al modificar las conexiones. Lo que nosotros queremos con este trabajo es certificar a través de distintos dispositivos que un buen tratamiento psicoterapéutico puede producir el mismo efecto sináptico que uno farmacológico.
–El problema es que el sistema nervioso sigue siendo una caja negra... En definitiva, sabemos poquísimo. R. R.: –Sí. El campo de la neurobiología es como la noche: lo que más se ve son las estrellas, pero lo que más hay es oscuridad. Por eso nosotros comenzamos analizando la depresión, en la cual ya sabemos que hay ciertas áreas que tienen determinado tipo de trastorno. Sobre esas áreas podemos ver el antes y el después.
–¿Y no hay un problema con el sujeto experimental? S. R.: –Efectivamente: es el problema más grande con el que nos encontramos. Le doy un ejemplo: encontraron que en los bebés se empiezan a producir cambios en el aparato fonatorio a partir de los siete u ocho meses, que los sacan del grito para empezar a meterlos en una suerte de proto-habla direccionada. A nosotros nos resultaría interesante descubrir cómo es que en ese punto las palabras de los otros empiezan a incidir para que el bebé empiece a producir sus propias palabras. Lo ideal sería pescarlo en el propio sistema neuronal. Hay métodos que, de hecho, permiten conservar microscópicamente y en movimiento muchas de esas cuestiones. Lo que ha pasado en el terreno de la neurobiología en los últimos diez años es una revolución sin precedentes...
R. R.: –Sí. Los cambios tecnológicos han permitido hacer prácticamente una anatomía y una neurofisiología en vivo. Esto permite observar cuestiones que antes sólo se podían ver en animales experimentales...
S. R.: –Y ahí está la respuesta a su pregunta. Nosotros tenemos que poder trabajar con una población que esté dispuesta. Los chiquitos de siete u ocho meses que le decía antes no pueden ser metidos en una resonancia magnética funcional. Por eso apuntamos a trabajar con personas mayores, en centros hospitalarios donde la gente se preste a experimentos que saben que no son dañinos y que pueden ser imprescindibles para el desarrollo científico.
–¿Qué es neurobiológicamente la depresión? R. R.: –En realidad, hablar de la depresión desde el punto de vista neurobiológico es reduccionista. Pero lo que se ha observado en los pacientes con depresión es que hay alteraciones estructurales en el hipocampo. Se producen cambios neuroquímicos en las neurotrofinas, moléculas que aumentan el trofismo del sistema nervioso central. Una de las teorías actualmente en boga supone que el depresivo, antes de serlo, ha estado en una situación de estrés muy prolongada que lo ha llevado a una disminución de las neurotrofinas. En general, lo que se ha visto es que el abordaje neuroquímico y psicofarmacológico lo que intenta es aumentar estas neurotrofinas para aumentar el hipocampo. Un ejemplo de esto, extremo por cierto, es el estrés post-traumático, que se puede ver en los veteranos de la guerra del Golfo en Estados Unidos. En realidad, hay más muertos por suicidio después de la guerra que en el campo de batalla. Lo que se ve es que la estructura del hipocampo, que también está asociada con la memoria, está atrofiada y no funciona. Otra estructura, relacionada con la memoria inconsciente, emocional, de valencia muy negativa, está muy activada. Esto lleva a una situación de estrés extremo en la que no se puede recordar cuál es la verdadera causa del estrés. De todos modos, reducir la depresión a eso deja afuera muchas cosas.
S. R.: –Quisiera agregar algo. El trabajo con los psicofármacos tiene un problema: hay un momento en que el paciente empieza a salir de la depresión y, aunque parezca mentira, ése es el momento más peligroso. Porque en ese momento no ha perdido sus ideas suicidas pero, en cambio, físicamente está en condiciones de pasar al acto. Muchos suicidios de depresivos, de hecho, se producen no en el momento más grave de la depresión, sino cuando están saliendo. Por eso el trabajo con la palabra también es importante. Yo no niego el valor de los antidepresivos, pero creo que hay que tener muchísimo cuidado.
–¿Cómo es el trabajo concreto para ver los efectos de la curación por la palabra? S. R.: –En primer lugar, los psicoanalistas tenemos que hacer una medición clínica (observando cómo esa persona habla de sí misma). El deprimido tiende a hablar muy mal de sí mismo, y en la medida en que empieza a salir eso cambia, desde el punto de vista neurobiológico...
R. R.: La idea es que ciertas estructuras que, según se observa en la resonancia magnética funcional, modifican su metabolismo y su irrigación, luego del tratamiento por la palabra se normalizarían del mismo modo en que se normalizan luego del tratamiento psicofarmacológico. Esto es lo que vamos a buscar en nuestro trabajo.
S. R.: –Esto tiene que ver con algo muy novedoso: la investigación científica traslacional. Son investigaciones básicas que tienen una aplicación muy veloz...
–¿Cómo se aplicarían? S. R.: –Bueno, mi hipótesis es que en los deprimidos graves es mucho más positivo trabajar con la combinación de psicofármacos y psicoterapia que trabajar sólo con una o con la otra. Si nosotros pudiéramos demostrar eso, se armaría algo muy positivo muy rápidamente. Por ejemplo, el psicoanálisis tiene fama, bastante bien ganada, de ser muy lento en su trabajo. Ahora bien: si lo combinamos con el psicofármaco, puede producir efectos muy beneficiosos muy rápidamente. Se podría salir mucho más rápidamente de la crisis.
–¿Y cómo va a ser el trabajo concreto? R. R.: –La idea es empezar con estos tres grupos (los deprimidos bajo psicoanálisis, los deprimidos bajo psicofármacos y los deprimidos bajo tratamiento mixto), hacer una resonancia de inicio y luego, cuando los pacientes de los tres grupos han llegado a la mejoría clínica, hacer una resonancia de control. Una cosa que creo que es importante desde el punto de vista filosófico es que ya desde el barroco comienza una utopía de la medicina que consiste en lograr la completa visibilidad de la enfermedad. Esta completa visibilidad de la enfermedad, desde el positivismo, se centró en la enfermedad y dejó de lado al enfermo (al mismo tiempo que bastantes cuestiones sociales, psicológicas y antropológicas).
–Bueno, dio un resultado fabuloso... R. R.: –No estoy de acuerdo con eso. Yo creo que dio un resultado fabuloso, pero sólo en algunos aspectos. Si usted hoy en día entra a un consultorio, a veces lo que necesita es contención y afecto.
–El tema de la atención rápida y “des-humanizada” tiene que ver con la expansión gigantesca de la medicina, que se convirtió en una medicina de masas. R. R.: Sí, es cierto. Pero eso no habilita al médico a abandonar estas premisas. Yo cuando estoy como paciente sentado del otro lado del mostrador, no quiero que traten mi próstata: quiero que traten a Roberto Rosler como un ser humano con todos sus miedos, sus preocupaciones, sus problemas. Porque cuando uno está enfermo entran a jugar un montón de cosas que van mucho más allá del órgano en sí mismo.

martes, 13 de marzo de 2012

El señor de los cocodrilos



Los niños estaban parados frente a la puerta del ascensor. Detrás, la madre parecía una matrona voluminosa, aunque difícilmente tendría más de treinta años. La niña, unos diez, espigados y rubios, con aire de desafío, y el niño alcanzaría apenas la mitad de la cifra de su hermana. Formaban un curioso trío, que un espejo sobre la pared duplicaba innecesariamente. Deluz se paró junto a ellos, sabiendo perfectamente que sólo los unía esa espera del ascensor, marcada por la lucecita descendente en el tablero. La madre retaba continuamente a sus hijos, que no le prestaban demasiada atención. De pronto, el niño trató de abrir la puerta del ascensor, y la madre se apresuró a intervenir para conjurar el peligro.
–¡Cuidado! El grito bastó para detener al niño. La mano, sin embargo, quedó apoyada sobre la manija de la puerta. La niña se creyó en el deber de dar una explicación a su hermano.
–La puerta podría abrirse, y te podrías caer al pozo –dijo. Y dándose vuelta hacia Deluz–. Se podría caer en el hueco del ascensor. Es muy peligroso.
–Absolutamente peligroso –dijo la madre. Tenía la costumbre de aplicar esa palabra a todo, o casi todo.
Deluz se inclinó hacia el niño. –El fondo del pozo está lleno de cocodrilos –le dijo–. Es muy peligroso.
–¿Están hambrientos? –preguntó el niño con interés. Hacía poco, había visto una película sobre los cocodrilos en la televisión.
–Muy hambrientos. Y lo que más les gusta es comer niños.
–Absolutamente –dijo la madre, con cierta sorpresa. El niño retiró, vacilante, su mano de la puerta. Entonces llegó el ascensor y la puerta pudo abrirse sin dificultad y sin peligro. Adentro del ascensor también había un espejo.
–¿Cómo te llamás?
–Tom.
–¿Tom?
El niño no contestó. Pero la madre asintió, con temor.
Eran vecinos en el edificio. Deluz vivía apenas unos pisos más arriba que el niño, pero calculó que para Tom era una distancia sideral. También pensó que sus veinticinco años, a los ojos de Tom, parecerían muchos más, como si espejos subrepticios, que duplican edades, tallas y volúmenes, se introdujeran sin permiso en las mentes infantiles. No volvieron a hablar mientras subían, y, por lo tanto, toda una serie de interrogantes quedó sin contestar. ¿Cuántos, pero cuántos cocodrilos había en el hueco del ascensor? ¿A cuántos niños se habían comido ya? Esas cifras quedaban en el misterio.
Volvió a encontrarlos recién un mes más tarde. Como la primera vez, fue en la planta baja, frente al ascensor. La madre retaba a Tom y la hermana mayor apoyaba a la madre con destellos malignos.
–Es absolutamente rebelde –dijo la madre apenas vio a Deluz, como si retomara una conversación interrumpida sólo un minuto antes–, absolutamente rebelde. Tom estaba avergonzado. Le gustaba que lo retaran, pero no en presencia de extraños.
–¿Y los cocodrilos? –preguntó.
–Se comen a los niños –dijo Deluz–. Verás, el consorcio piensa sacarlos.
–¿Sacarlos?
–Bueno, no todavía –dijo Deluz, respondiendo a una mirada desesperada de la madre–. Tal vez cuando seas grande los saquen.
–Absolutamente –dijo la madre, protegiendo con su cuerpo la puerta del ascensor. Pero aún temía –y con razón– que si el consorcio o quien fuera sacaba los cocodrilos, cuando su hijo fuera grande, abriera la puerta del ascensor y se precipitara al vacío, a la nada. ¿Qué peligros le aguardarán cuando sea grande –se preguntaba la madre con angustia– y no haya más cocodrilos en el hueco del ascensor?
Los cocodrilos viven en los pantanos –dijo Tom–. Entonces, tiene que haber agua allá abajo.
–Por supuesto que sí.
–Y arenas movedizas.
–Y arenas movedizas –dijo Deluz, aceptando la sabiduría del niño.
Pero el niño, en realidad, no sabía nada sobre los cocodrilos. Aunque conocía el zoológico, conservaba una idea muy confusa. Los confundía, por ejemplo, con las serpientes. Incluso los pingüinos le habían parecido algo así como cocodrilos blancos y negros. No podía abstraer la idea de un reptil. Su madre no era de gran ayuda. Y es que el mundo animal de la madre era extraordinariamente simple: los elefantes eran absolutamente grandes, los osos eran absolutamente simpáticos, y los pájaros volaban absolutamente. Los leones, los zorros, los cangrejos, las moscas y las víboras eran absolutamente peligrosos. Los gatos también. La madre sentía verdadero pánico por los gatos, ya que había leído en una revista que transmiten toda clase de enfermedades, y trataba de inculcárselo a sus hijos.
–Los gatos son animales asquerosos. Absolutamente asquerosos.
Por otra parte, la interacción del niño con los animales era muy escasa. Como suele ocurrir en las grandes ciudades, el niño pensaba que el mundo estaba poblado exclusivamente por personas, de las cuales la inmensa mayoría eran adultos. En la televisión, en cambio, había animales que deambulaban por todas partes. Allí los buenos tenían siempre, o casi siempre, un animal a su lado, un perro o un gato que se llamaban Canny o Bonny. Y en el pozo del ascensor, había cocodrilos. Trató de mirar por la ranura que quedaba entre la puerta de madera y el piso de mármol.
–No se ven –dijo.
–Nunca se ven –se apresuró la madre, alarmada.
Tom miró a Deluz directamente a la cara. La madre no dejó de notar que, al menos en materia zoológica, había dejado de ser la autoridad indiscutible.
–No, no se ven –confirmó Deluz. Sin embargo, la madre estaba inquieta. Ahora temía que la ficción de los cocodrilos se rompiera, y que entonces el niño se arrojara por el hueco del ascensor. Deluz, por su parte, trataba de imaginarse ese amontonamiento invisible y silencioso de reptiles en la oscuridad. ¿Y Tom? Tom pensaba en el futuro, como siempre sucede con los niños, de manera confusa. Se imaginaba a sí mismo, tan pequeño como ahora, en un mundo donde todos habían crecido. Su hermana era altísima, y sabía de todo, igual que siempre. Lo mismo sus compañeros de colegio. Su madre también había crecido y era tan alta como una grúa. ¿Cómo haría para besarla? Se aferró al vestido de ella, sintiéndose desvalido, abandonado en un mundo extraño, poblado exclusivamente por gente grande, donde no había otros niños para jugar, y todo resultaba aburridísimo. Por otro lado, los cocodrilos se habían quedado sin alimento. No había ningún niño que comer. Ningún niño que comer. Salvo él. Y se sintió en un peligro inmediato.
Así pensaba Tom, pero cometía una terrible equivocación. Porque cuando pensaba en el futuro se lo imaginaba como el pasado. El no tenía memoria, no podía hilar esas largas historias que cuentan los adultos. Entonces, en vez de imaginar el futuro, lo recordaba. (La palabra misma, “futuro”, era una incógnita para él, era una palabra sombría, que no despertaba interés, más bien miedo.) Deluz, en cambio, se preguntaba qué estaría fijándose en la memoria del niño. Porque todo esto –qué duda cabe– quedaría como pasado en la memoria. ¿Qué recordaría alguna vez? ¿Que había vivido en un edificio, y que en ese edificio había cocodrilos invisibles y peligrosos en el hueco del ascensor? ¿Y los cocodrilos dónde estaban? ¿Se los vería alguna vez? Desgraciadamente, no. Son las desventajas de lo real. En la ficción, los cocodrilos no tardarían en aparecer, en brotar de manera contundente y concreta del hueco del ascensor, y de ahí en adelante, todo seria más fácil. Pero en la realidad, no hay más remedio que remitirse al recuerdo, es allí donde las cosas terminan por suceder. Y entonces, esos cocodrilos, ¿qué eran? Eran insustanciales, casi pensamiento puro, que pasaba directamente de la nada a la memoria ¿Y la niña? ¿En qué pensaba la niña? Nunca se sabrá. Pero ese instante era extraño y algo mágico, cuando los cuatro exploraban pasados y futuros que no volverían a mezclarse.
Deluz pasó varias semanas sin volver a cruzarse con ellos. En realidad, supuso que se habían mudado, y que no los vería ya más. Lo cual le causaba una pasajera congoja. Al fin y al cabo, eran sólo dos niños, y los niños, en la memoria, no tienen demasiada importancia. A pesar de sus esfuerzos, la imagen de los niños se desvanecía. La madre, en cambio, se recortaba en forma nítida, diciendo “absolutamente” a cada instante. Era esa conjunción de la figura y el adverbio repetidísimo lo que le confería volumen. Eso quedaría: una madre incandescente junto a dos niños opacos. Eso, y nada más.
Pero como todas las cosas que se repiten una vez siguen repitiéndose siempre, cuando los volvió a ver estaban parados frente al ascensor. La madre los retaba.
–Allí está tu amigo de los cocodrilos –dijo la niña al niño, con rabia. En ese edificio, la gente se veía muy de tanto en tanto, pero ahí estaban, los tres, frente a la puerta del ascensor.
–Absolutamente ingobernables –dijo la madre a Deluz.
–Hay que tener mano firme –contestó Deluz, sintiéndose más adulto de lo que realmente era–. Y cuidarse de los cocodrilos.
–Absolutamente –dijo la madre.
–Nos mudamos –dijo la niña, desafiante–. A una casa donde no hay ascensores.
–El niño parecía un poco triste.
Y tenía razón. Esa mudanza era una venganza de los adultos, una derrota completa de los niños y los cocodrilos.
La madre se apresuró a explicar. Le parecía humillante que Deluz pensara que se mudaban sólo a causa de los ascensores y los peligros de los ascensores. Era como admitir una victoria de las máquinas
–Nos mudamos a una casa con jardín. El aire libre es necesario para los niños.
Deluz se inclinó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los de Tom, de un verde muy curioso. Lo había notado antes, pero lo había olvidado. Y es que los ojos de los niños, como los niños mismos, carecen por completo de importancia. ¿Qué es ese niño, al fin y al cabo, al lado de la figura clara y voluminosa de la madre? Nada. Deluz pensó un instante en el futuro de Tom, y se dio cuenta de que ahora lo imaginaba de manera diferente. Se veía a él, Deluz, como muy pequeño, y al niño y a su hermana, grandes. La madre, en el futuro, resplandecía. Paseaban, y Tom llevaba a Deluz de la mano. La niña había perdido su superioridad y parecía resignada al papel de una hermana menor. Tom vigilaba a Deluz, acomodaba sus pasos a los pasitos de Deluz. Cada tanto, la hermana preguntaba: ¿te acordás de tu amigo, el señor de los cocodrilos? Y el niño meneaba su cabeza adulta y florida: no, no se acordaba. Así era el futuro del niño, así era en el futuro la memoria, sin un trozo que lo incluyera. Deluz miraba a Tom y la hermana y la madre, a su vez, se miraban triunfantes. Al fin y al cabo, eran las vencedoras. Tom acercó su boca al oído de Deluz.
–¿Las plantas del jardín se comen a los niños?
–No –dijo Deluz, calculando que en ningún futuro, pasado o presente se verían ya más, y que sólo quedaban esos breves instantes para fijar en la memoria. Trató de ganar tiempo.
–Las plantas del jardín no saben comerse a los niños.
Y el niño se puso a llorar. Pero enseguida se calmó. Alguna otra cosa había llamado su atención.

viernes, 9 de marzo de 2012

Son días de litio y rosas


DIALOGO CON EL FISICO DANIEL BARRACO, DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA


La Argentina tiene grandes yacimientos de litio que pronto se aprovecharán para la fabricación local de baterías. Esta innovación productiva comienza en el salar y culmina en baterías para teléfonos celulares y computadoras.

–Usted coordina un proyecto de desarrollo tecnológico en base al litio. ¿Cuál es el interés en las baterías de litio?
–Como lo fuera el petróleo y el carbón, el litio será la base de la próxima revolución industrial. El crecimiento de la industria que fabrica baterías recargables es exponencial. Las baterías de litio son los grandes transportadores de energía, ya son usadas en la electrónica, las computadoras, los celulares, incluso en los satélites, y en pocos años llegará a motocicletas y automóviles.
–¿De dónde vienen las baterías que se usan cotidianamente? –Como tantas otras cosas, de China, Corea, Japón. Estas baterías no se fabrican en la Argentina ni en Sudamérica.
–¿Y ustedes qué han hecho y qué piensan hacer? –Hemos conformado un grupo de investigadores de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la Universidad Nacional de Córdoba, del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas de la Universidad Nacional de La Plata, la Comisión Nacional de Energía Atómica y la empresa Sol.ar, que trabaja para llegar a tener las baterías argentinas. Estamos desarrollando el know how mediante tres proyectos paralelos que cuentan con el apoyo de los ministerios de Ciencia y Tecnología y de Industria. El primero es desarrollar las pastas, los electrolitos, con los separadores y los polímeros; segundo, fabricar la batería en sí usando esa mezcla, armar el pack y colocar los controladores, y tercero, la purificación del litio, aprovechando la abundancia y la calidad de reservas de este recurso en la Puna.
–¿Qué componentes de la batería son de litio? ¿Los electrodos? –En cada celda hay un cátodo y un ánodo. En la base de cada uno de ellos, que en un caso es de aluminio y en el otro de cobre, tenemos que hacer la deposición de una pasta de fosfato de hierro-litio y otra de grafito embebido en litio. Y, entre medio de ellas, colocar fluoruro de litio. Luego se fijan esas pastas a través de polímeros plásticos, que también podemos desarrollar nosotros mismos. Una vez que se han fijado las pastas y se mantiene todo unido, ya se tiene una pequeña celda de batería. Sin embargo, aún faltan algunas cuestiones por resolver antes de obtener una batería completa. Tanto si esas celdas se van a enrollar o si se van a poner en forma de “sandwich” se debe evitar que una celda haga cortocircuito con la que le sigue. Para ello se coloca un separador plástico que actúa como aislante.
–El litio es un metal altamente reactivo. ¿Cómo hacen para controlarlo y darle estabilidad a la batería? –Las celdas deben conectarse entre sí, y junto a ellas se agrega un controlador, que es un chip que controla la diferencia de voltaje, la temperatura, el amperaje y la carga de cada celda. Con esos datos se puede saber en todo momento cómo está andando la batería, qué cantidad de carga tiene y, lo más importante, cuántos ciclos de vida le quedan. Es decir, información para optimizar el uso de la batería. Además, si por alguna causa se superara el voltaje establecido y la batería se volviera inestable o corriera peligro de estallar o de prenderse fuego, el controlador evita que esto suceda, ya que automáticamente se corta.
–Volviendo al litio como recurso natural, también Bolivia cuenta con grandes yacimientos... –Entre la Argentina, Bolivia y Chile está el 75 por ciento de las reservas mundiales de litio. Es un triángulo llamado “la Arabia Saudita del litio”. Nuestro país no puede dejar pasar la oportunidad de explotar y dar valor agregado a este mineral, controlar el proceso completo que va del salar a la batería, desarrollar una industria del litio. Es estratégico para las posibilidades futuras del país.
–¿Cuáles son esas posibilidades futuras? –Por ejemplo, la purificación. Mediante procesos de precipitación química es posible llevar el litio que se extrae de la Puna hasta una pureza del 99 por ciento, la necesaria para fabricar baterías. El “saber cómo” para llegar al carbonato de litio purificado permitirá al país generar ingresos veinte veces superiores al valor de la materia prima. El conocimiento está, ya lo tenemos. Ahora lo que nos falta es pasar del laboratorio a la planta, es decir, al proceso industrial.
–¿Cómo es el proceso de extracción del litio? ¿Es contaminante? –El proceso de explotación del litio no es contaminante y nada tiene que ver con la minería a cielo abierto. La obtención de litio implica la perforación del salar y la extracción de una salmuera –una mezcla de sal con agua y diversos minerales–, cuya composición varía de acuerdo con las características del salar. Al líquido obtenido se lo debe dejar secar y se le realiza diversos procesos de precipitación química para que la sal se separe del carbonato de litio. Para hacer esos procesos químicos no se necesita ninguna sustancia rara. Por eso no es un procedimiento contaminante.
–¿Y cómo se llega a la pureza requerida? –La precipitación debe repetirse varias veces, se hace una vez el proceso y al resultado se le hace otra vez el mismo proceso y así sucesivamente, hasta que se obtiene el nivel de pureza adecuado. Es el mismo procedimiento que se hace cuando se quiere purificar alcohol y se le va a sacando el agua por columnas destiladoras. Nuestra idea para generar el menor problema ambiental posible es, por un lado, extraer la salmuera, purificar y volver a inyectar lo que queda nuevamente al salar. Y, por otro lado, intentar usar la menor cantidad de agua posible. Actualmente estamos tratando de diseñar un proceso de purificación innovador en el que se use muy poca agua. El objetivo de la planta no será sólo la producción de carbonato de litio sino, también, generar una planta testigo para dos cosas muy importantes. Una es saber el costo real del carbonato de litio, de forma de saber cuánto es la ganancia real de las empresas que ya están en la zona y poder cobrar las regalías correspondientes. La segunda razón es que, si bien este proceso produce muy poca contaminación, vamos a ir controlando los procesos de remediación y procesamiento. Es decir, debería ser una planta de mínimo impacto ambiental y, si lo hubiera, contar con una tecnología de remediación a posteriori. En la medida en que nosotros sepamos eso, podemos exigir a las empresas internacionales que vengan a explotar el recurso cómo debería ser la gestión ambiental, porque queremos evitar lo que ha pasado con el oro.
–¿Y la fase de industrialización? –Tanto la fabricación de las celdas como el ensamble de las baterías se realizarán en plantas industriales que se ubicarán en las provincias productoras de litio, es decir, en Catamarca, Salta o Jujuy. Apuntamos a una industrialización en origen. La parte electrónica se realizará en Córdoba, donde podemos hacer la soldadura y los demás procesos. Por eso esperamos ya para el próximo mes de junio tener una planta instalada, ponerla en funcionamiento y sacar la primera partida de unas 80 mil baterías para septiembre u octubre. Luego las tendríamos que hacer homologar y, una vez homologadas, se estaría en condiciones de venderlas y hasta exportarlas.
–¿Y para cuándo estiman que estarán listas las primeras baterías de litio argentinas? –Ya le dije: estamos confiados en lograrlo para octubre próximo.

lunes, 5 de marzo de 2012

Ronda del viaje a la Luna y la Apolo XI (copla)


A la rueda rueda
de pan y canela
me voy a la luna
en un barco de vela
A la rueda rueda
que el siglo se vuela

Me voy a la luna
color de aceituna

A la rueda rueda
de pan y canela
me voy a la luna
en mis tres carabelas
a la rueda rueda
de pan y cartón
levanto las anclas
y empuño el timón

A la rueda rueda
de pan y canela
me voy a mi casa
me voy a la escuela
me voy a la luna
que el siglo se vuela

que siga la ronda
que la rueda ruede
vamos a la luna
que ahora se puede

que siga la rinda
el cohete despega
la nave se eleva

los tres astronautas
se van a la luna
color de aceituna

y dice la gente
ya viajan los hombres
al astro de enfrente

a la rueda rueda
los tres astronautas
se van en la nave
primero muy suave
después raudamente
al siglo siguiente.

y canta la gente
ya viajan tres hombres
al astro de enfrente

a la rueda rueda
el cohete se eleva
la nave despega
la nave se eleva
la ronda termina
la rueda se va
¿dónde termina la ronda?
¿Dónde empieza la verdad?


Bendito seas jehová, mi roca que enseñas mis dedos a la batalla y mis manos a la guerra
al hombre hiciste poco menos que los ángeles y coronástelo de gloria y de lustre
poder le diste sobre las aves del cielo y los peces de la mar
sobre todo cuanto pasa por las sendas de la mar.

la ronda termina
la nave ya está
volando en el cielo
de aquí para allá.